El show más grande sobre La Tierra

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A veces, las poblaciones de animales de una misma especie se ven separadas por factores incontrolables. Un derrumbe, una whaleinundación, un ataque de predadores que divide a la manada; cualquier cosa puede pasar – y pasa con frecuencia – cuando subsistes de manera nómada en la naturaleza. Una vez separadas, estas poblaciones continúan su camino y comienzan, poco a poco, a evolucionar en diferentes direcciones. Eventualmente, algunos millones de años de cambios se acumulan de tal forma que un observador cualquiera ya no puede deducir a simple vista que alguna vez se trató de la misma criatura. Ya no lucen igual, ya no comen lo mismo, ya ni siquiera pueden reproducirse unos con otros.

Quizá estés pensando en el humano y el chimpancé como ejemplos de esta historia. Sería adecuado, pero, ¿por qué quedarnos allí? Después de todo, nuestro ancestro común vivió hace apenas 6 o 7 millones de años. Hay diferencias evidentes entre las dos especies, sin duda, pero es obvio – a simple vista – que somos parientes (aunque algunos lo nieguen inexplicablemente).

Si queremos apreciar realmente el poder de la evolución divergente, observemos a la ballena. Ya han pasado 100 millones de años desde que fuimos la misma especie: un mamífero pequeño, probablemente no muy diferente de los caninos salvajes actuales. En algún momento separados, llevando a un grupo – con el tiempo – de vuelta a los mares, el otro a las copas de los árboles y luego a la sabana africana, entre muchas otras variaciones de ese mismo ancestro.

Tal como la fotografía que acompaña esta historia, la evolución, vista bajo esta luz, es un hecho de la naturaleza sorprendente más allá de cualquier escala.

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