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Probablemente lo has sentido, una o dos veces durante tu vida. Quizá eres de los que lo siente todo el tiempo. De cualquier manera que sea, nefasto o deseable, impuesto o procurado, es algo que irónicamente compartimos los humanos: todos nos hemos sentido solos alguna vez. Junto al amor, el odio, y otras emociones primales que motivan tantas de nuestras acciones, la “soledad” es una sensación generalizada que, aunque ambigua en su definición, y definitivamente subjetiva, resulta plenamente reconocible en sus efectos psicológicos y neuronales. Por supuesto, la evolución actúa de maneras no tan misteriosas, cuando se analiza un poco.

Para el ser humano común la vida radica en la protección del grupo. Esto es fácil de observar en la actualidad, donde la mayoría de nosotros no procura su propio alimento ni produce su propia energía. Muchos prestamos algún servicio intelectual no demasiado útil para la resolución directa de las necesidades básicas; posibilitados por el trabajo y avance acumulado de millones de ancestros sobre cuyos hombros nos paramos el día de hoy. Aunque no tan desarrollada, en la sociedad humana primitiva – tal vez más parecida a “manadas” que a “tribus” – se observaba algo similar: el ser humano solitario era blanco fácil de depredadores con grandes dientes y pasos sigilosos. En cambio, 100 ojos veían más que 2, y sobrevivían con más frecuencia aquellos que procuraban ser parte del grupo. En esos días, pertenecer era una cuestión de sobrevivencia básica. Por ello la soledad suele ser tan pesada y poco placentera. Por eso observamos que en sus casos extremos de aislamiento conduce a los individuos a la locura o al suicidio. La evolución nos ha programado para buscar la aceptación de nuestros pares, y nuestro cerebro nos hace sentir mal cuando sentimos que hemos fracasado en esa labor. Es la manera de nuestros genes de alertarnos al hecho de que no hay nadie que nos avise si se acerca un depredador.

Los genes son sabios (han tenido millones de años de refinación por selección natural); saben que no se trata tan solo de proximidad física con otros miembros de tu especie, se trata de “interacción” y “conexión emocional”, la clase de elementos que garantizaría que ayudaran a tu supervivencia en caso de emergencia. Por eso puedes sentirte solo incluso rodeado de personas – solo aunque tengas cientos de amigos en facebook.

En nuestros esfuerzos colectivos por entender la soledad hemos escrito libros y canciones por milenios describiendo los detalles de la sensación. Algunos la hemos asociado a la ausencia de una persona específica, otros la han convertido en su musa creativa (simplemente el enfoque del esfuerzo creativo en la observación pasiva de otros seres humanos). Al final, quizá irónicamente, en La Tierra ningún ser vivo está solo – ciertamente no lo estamos los seres humanos, siendo ya 7 mil millones esparcidos por todo el planeta. Les sugeriría yo que si quieren experimentar soledad real, si de verdad quieren entenderla, den click sobre este enlace (http://bit.ly/1563Sno) que muestra una vista de 360° desde el Curiosity (recomiendo presionar en “full screen”), e imaginen que son ustedes los que están allí, en Marte, a 100 millones de kilómetros de cualquier otro ser vivo, sin medio para volver al punto azul.

Si somos exitosos en este traslado imaginario, sospecho que reconoceremos que no estamos tan solos después de todo, viendo el mismo cielo, respirando el mismo aire, enfrentando los mismos problemas y compartiendo en buena medida nuestros deseos. Algo que bien vale la pena ponderar.

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Sin comentarios
  1. Angelo dice

    Hice el experimento.
    Al principio sólo me dejé llevar por las primeras impresiones: La calidad de las imágenes, me hice preguntas sobre: cuánto tiempo tardaron en tomarse esas imágenes, cuanto tiempo tardaron en llegar a la tierra y cosas así.
    Pero después de 5 o 6 minutos, la cosa cambia, si reflexionas sobre el sitio donde está parada esa máquina y piensas el lugar que la vio nacer y la encaminó a este viaje… Ciertamente deja un sentimiento un poco incomodo de lo que es la soledad.

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