Ante el reciente matrimonio de mi hermana, he estado pensando en la institución de la “luna de miel” – ese tradicional viaje que hace la nueva pareja (según reconoce el estado), para celebrar su unión. Entre los destinos más populares alrededor del mundo están las ciudades que la gente suele considerar más románticas, como Venecia o París. Claro, si quieres pensar fuera de la caja, y ser realmente original, bien podrías hacerle honor al interesante nombre de la tradición, e irte con tu pareja a la Luna. Obviamente, no habría besos durante las largas caminatas por el Mar de la Tranquilidad, ni íntimos acercamientos bajo un paraguas en el Océano de las Tormentas (los nombres no son representativos del paisaje lunar que representan). El sexo, por su parte, solo sería posible en la nave, y también resultaría algo incómodo por la ausencia de gravedad (si es que se logra que la sangre fluya a los sitios correctos). ¡Pero estarían en La Luna! Nunca un ser humano ha estado más lejos de sus parientes y conocidos. ¿No se trata de eso la Luna de miel en realidad?
El concepto de la Luna de Miel surgió en Europa, al parecer guiado por la preferencia de la parejas a casarse en los meses cercanos al verano (donde el clima no era criminalmente frío, ni húmedo como la primavera). Durante estos meses (Junio, Julio, Agosto) la Luna aparece baja en el cielo norteño, normalmente acompañada por una neblina que la hace lucir dorada, como la miel. El efecto puede apreciarse también en otras latitudes en épocas diferentes del año, cuando nuestro satélite natural está cercano al horizonte.
Personalmente, la luna de miel en la Luna me parece una idea genial. Si es romántico ver la Luna llena en una noche tranquila, ¿qué tal sería ver “La Tierra llena” elevándose en el horizonte del sitio más pacífico que ha visitado un ser humano? Solo tú, y la persona que amas, tomados de la mano, contemplando la eternidad…
Pero si, lo del sexo sería un problema.