La ciencia de predecir el futuro

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Actualmente estamos bastante acostumbrados a las predicciones precisas que nos provee la ciencia en muchos campos. Los dispositivos funcionan (mayoritariamente) como se supone que lo hagan, el GPS te dice dónde estás y cómo llegar a tu destino, las medicinas y tratamientos sirven su propósito en todo menos los males más graves y desconocidos. Los edificios y puentes resisten los sismos, los aviones vuelan, las naves espaciales llegan a sus objetivos designados en el sistema solar, y los eclipses – así como la gran mayoría de los eventos astronómicos – suceden con exactitud en el momento que se predijeron. Claro, toda predicción científica tiene su marco de aplicabilidad, y hay sistemas tan complejos que siquiera postular que puedan predecirse con exactitud determinística parece un ejercicio inútil – aunque en teoría ninguno escape de las leyes fundamentales de la física. Aún así, resulta sorprendente la cantidad de cosas que podemos predecir exitósamente gracias a la ciencia. Es algo que esta generación da por sentado.

No lo era así hace algunos siglos, en la infancia de la ciencia moderna. En la época de Newton y sus contemporáneos era una verdadera y grata sorpresa cuando las cosas se comportaban experimentalmente de acuerdo a lo predicho en la teoría. Se dice que la vida de un Charles Messier cambió por completo cuando en enero de 1759 – tal como Edmond Halley había calculado antes – pudo verse en el cielo un cometa. Exactamente 76 años después de su última aparición. Era el poder del intelecto humano, manifestándose en el cielo, visible a todo el que se atreviese a negarlo (situación similar a la ubicación reciente del bosón de Higgs, pero mucho más dramática). Halley ya no estaba vivo para contemplar su triunfo intelectual, pero Messier decidió por aquel hecho dedicar su vida a observar el universo. En ese camino terminó catalogando más de 100 objetos del espacio profundo, incluyendo la famosa nebulosa del cangrejo (el residuo de supernova que ven en la imagen) y la galaxia Andrómeda, con la que nos fusionaremos en unos 4 mil millones de años. También detectó más de 20 cometas, su pasión inicial.

Hoy se cumplen 283 años del nacimiento de este astrónomo francés. Su catálogo aún se usa en la actualidad, y su historia nos recuerda que cada logro de la ciencia – incluso aquellos sin una aplicación tecnológica directa – sirve el propósito de inspirar a las nuevas generaciones a ver más allá, y apuntar más alto. Es importante trabajar para que este patrón de descubrimiento e inspiración sea otra predicción efectiva sobre el futuro de nuestra especie.

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