Buena tarde, gigantes, y feliz inicio de semana. Realmente es bueno comunicarme con ustedes por esta vía. Reconfortante, de cierta forma, incluso en estos espacios virtuales. Puede que nuestra comunicación sea asíncrona – muchas veces unidireccional – pero hasta las personas que más disfrutan de sus momentos de soledad suelen tomar confort en la interacción ocasional con otros seres humanos. Tan solo estar sentado en un café leyendo un buen libro (una forma de comunicación), rodeado de personas que entran y salen, teniendo conversaciones difuminadas en el ruido del local, es suficiente para producir una sensación de tranquilidad.
Los retos tecnológicos a superar para enviar personas al espacio son evidentes; los riesgos inherentes más aún – pero poco se habla de los efectos psicológicos de alejarte de tu planeta, y dejar todo lo que conoces detrás de ti mientras te adentras en la oscuridad abismal del cosmos. Lo más lejos que ha llegado un ser humano es a la Luna, durante las misiones Apolo y, aún teniendo el planeta tan cerca, sabemos que se enfrentaron a un estrés que pocos podríamos imaginar. Una misión más lejana, como el tan discutido viaje tripulado a Marte, sería realmente una experiencia como ninguna otra. Podemos (y hacemos) experimentos en La Tierra sobre los efectos del aislamiento, y la vida en espacios pequeños y cerrados, pero difícilmente podemos predecir lo que pasará en la mente de alguien cuando vea su planeta convertirse en un punto azul pálido en la lejanía, y luego desaparecer completamente – cada voz silenciada por el vacío. ¿Puede un equipo de profesionales funcionar eficientemente bajo tales condiciones? ¿Se deterioraría la cordura tanto como la masa ósea de los tripulantes? Aunque resulte difícil de aceptar – en este caso – solo hay una manera de averiguarlo.
Por acá les dejo una hermosa animación que dibuja un poco los efectos que podría tener tal soledad en la mente de esos valientes exploradores: http://vimeo.com/67023022