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Es difícil imaginar que un momento en la historia de nuestra especie resulte más significativo que ese día en el que finalmente encontremos vida extraterrestre. Aunque sea de la clase más básica, descubrir una segunda instancia en la cual la materia inorgánica se convirtió en vida sería totalmente trascendental (al punto en que probablemente dividamos nuestra cronología en “Antes y después del contacto”). Tal hallazgo sería un fuerte indicio de que la vida es un fenómeno común, y que la galaxia está poblada por incontables seres, muchos de los cuales se preguntarán también sobre la naturaleza del cosmos. De inmediato podemos reconocer que el universo se convierte en un lugar aún más interesante ante esa revelación.

Uno de los lugares más prometedores para realizar este descubrimiento es Europa – la sexta luna más cercana a Júpiter – donde es probable que exista un océano no muy diferente a los encontrados en La Tierra (aunque si mucho más profundo), calentado por fricción gravitacional, y enterrado bajo una capa de hielo de decenas de kilómetros de profundidad. Las condiciones en este pequeño mundo alienígena quizá no son tan diferentes de las descubiertas recientemente en el lago Vostok, a unos 4 km debajo de la capa de hielo de la antártica, donde se piensa que no ha habido contacto a la atmósfera por millones de años. En ese ambiente completamente aislado del resto del planeta, científicos han encontrado no solo bacterias, sino tipos específicos de éstas que están asociadas frecuentemente con la presencia de moluscos, crustáceos y peces. Imaginar que algo así pueda estar pasando en el sistema solar externo es suficiente para despertar la atención.

Hasta el momento ninguna nave ha visitado Europa (la sonda Galileo pasó 8 años orbitando Júpiter, pero eventualmente fue estrellada con el planeta gigante para evitar la posible contaminación de las lunas con material terrestre), y resulta posible que la primera exploración profunda de ese satélite termine siendo nuestro primer contacto con una forma de vida de otro mundo. ¿Cómo querríamos que nos conocieran, de existir, y ser más complejos que una bacteria?

Ingenieros británicos han propuesto comenzar este diálogo interplanetario de una forma similar a como lo finalizamos tradicionalmente en La Tierra: lanzándonos objetos pequeños más rápido que el sonido. La propuesta es empacar el equipo necesario para tomar y analizar muestras en proyectiles de unos 20 kg, que luego se dispararían hacia la capa de hielo, con la esperanza de acercarlos lo más posible al océano en su interior (si acaso no alcanzarlo). Ya se han realizado pruebas con prototipos que han demostrado que el concepto es factible, e incluso incorpora mecanismos que le permitirían continuar operando a pesar de los -200ºC de temperatura en Europa. Aún no hay planes para efectivamente utilizar esta tecnología tan poco sutil, pero dadas las dificultades para excavar en otros mundos, puede que la idea eventualmente se vuelva atractiva.

¿Qué piensan ustedes? ¿Se molestarán los posibles vecinos si nuestro primer contacto es un proyectil supersónico? Ojalá no sean tan sensibles.

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