Para alcanzar el universo

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A veces sorprende que de todas las dificultades que se nos presentan en la exploración espacial – las inimaginables distancias, los rayos cósmicos letales, las partículas de polvo aceleradas a velocidades supersónicas, la ausencia de gravedad, etc. – uno de los mayores retos siga siendo la primera etapa del viaje: salir de La Tierra. Esto se debe al profundo “pozo” gravitatorio al que estamos sometidos en la superficie del planeta, que exige una velocidad de al menos 11 kilómetros por segundo – alrededor de 34 veces la velocidad del sonido – para que un objeto pueda subir, sin tener que volver a bajar. Esta es la razón por la cual los lanzamientos espaciales dejan esa poderosísima llamarada tan característica: se trata de una reacción química suficientemente energética como para disparar al cohete hacia las alturas gracias a la ley de acción y reacción del esencial Isaac Newton.

El concepto es relativamente sencillo, el problema es que se requiere tantísimo combustible para acelerar incluso objetos de peso modesto hasta la velocidad necesaria, que casi todo el espacio del cohete se va en eso. Con frecuencia el 90% del peso que un cohete debe acelerar viene dado por su propio combustible – con un 6% siendo la estructura metálica, y tan solo el 4% restante siendo la carga que se quiere sacar del planeta. Se han hecho mejoras con los años con respecto a la eficiencia del consumo de este combustible (para que se requiera cargar menos) pero el diseño fundamental de nuestro método de acceso a la órbita ha cambiado poco en todas las décadas de exploración espacial. Hay motivos económicos para este relativo estancamiento, pero también es de considerarse que cada lanzamiento es costoso – muchos llevan consigo astronautas – y nadie quiere probar nuevos diseños radicales que puedan terminar en un accidente lamentable. El modelo actual es ineficiente, pero sabemos que funciona.

Sin embargo, no faltan ideas sobre cómo se puede mejorar este proceso para volver práctico el acceso al espacio, facilitando enormemente la planificación y ejecución de misiones a todos los rincones del sistema solar. Uno de los conceptos más famosos es el “elevador espacial”, que se trata de una súper estructura que la carga pueda “escalar” hasta la órbita del planeta. Desafortunadamente, aún hay muchas dificultades que resolver para sacarlo de la ciencia ficción. Más factibles son proyectos como el “Saltamontes” de la compañía SpaceX, que aunque también usa una buena medida de combustible, está diseñado para aterrizar verticalmente, haciéndolo reutilizable y abaratando bastante los costos.

Otro concepto interesante que se ha sugerido es el de “disparar” la carga hacia la órbita, acelerándola mecánicamente dentro de una espiral en tierra (algo parecido a un acelerador de partículas) para luego lanzarla hacia el cielo – véase el “Slingatron” – de tal manera que salga del planeta sin usar propulsión química. Se trata de una idea interesante que podría funcionar si logran evitar que la fuerza del giro destruya la estructura (un riesgo muy real que exige muchas pruebas y cálculos).

Cualquiera sea el caso, se hace evidente que requerimos una manera más económica y eficiente de lanzar al espacio el equipo necesario para su exploración y estudio; una que probablemente alcanzaremos en los próximos años. Disfrutaré ver estas nuevas tecnologías en funcionamiento, pero en el fondo siempre sentiré algo de nostalgia por los lanzamientos tradicionales, donde una máquina construida por el ingenio humano atravesaba el cielo dejando un rastro de luz. Absolutamente épico.

No importa lo que inventen, eso siempre será un clásico a mis ojos.

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