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Con todo lo intrincado y complejo que se muestra el universo que habitamos – en cualquiera de sus escalas – hay que admitir que los humanos hemos realizado un gran trabajo con el paso de los años, desarmando las reglas fundamentales que sigue la naturaleza. Aún hay mucho trabajo pendiente, y preguntas por responder, pero haber identificado y probado las cuatro fuerzas principales que describen las interacciones que observamos es un logro que no podemos celebrar lo suficiente: La fuerza nuclear débil, la nuclear fuerte, el electromagnetismo y la gravedad. No se puede jugar a los favoritos con estas cualidades de la naturaleza – cada una de ellas es esencial para la existencia de toda materia más compleja que una partícula elemental y, en consecuencia, la vida.

Pero… si eligiéramos una favorita, ¿cuál sería?

Sin duda, la fuerzas nucleares parecieran las más esenciales, dictando la creación, mantenimiento y degeneración de los elementos químicos que conforman toda la materia; pero sus rangos de acción son tan reducidos que no las “percibimos” en nuestra vida consciente (aunque su desaparición repentina sería violentamente notable). Lo más probable es que los humanos nos sintamos inclinados a elegir al electromagnetismo o a la gravedad como nuestras fuerzas favoritas, ya que su rango de acción infinito nos permiten percibirlas diariamente. Desde el imán en la puerta de tu refrigerador hasta la electricidad que lo mantiene frío por dentro, pasando por las brújulas que guían a los navegantes, las ondas de radio que nos comunican, el brillo cálido del Sol que alimenta nuestro ecosistema, y el campo magnético que desvía las partículas dañinas, pareciera que la fuerza electromagnética solo tiene ventajas. Aún más, aunque normalmente la asociamos a estos fenómenos externos tan evidentes (no hay manera de ignorar una tormenta eléctrica), esta fuerza también juega un rol fundamental en nuestras acciones más mundanas, siendo ella la que coordina las interacciones entre átomos y moléculas, y mantiene el orden de las estructuras materiales y sus espacios intermedios. Esa misma energía que usamos para encender nuestros dispositivos, y revisar nuestras redes sociales, es la que evita que atravesemos la pared, o la silla. Gracias a ella, nunca dos cuerpos se tocan realmente – solo se acercan hasta el punto en el que la fuerza electromagnética dice “hasta ahí es suficiente”, a menos que estén en el núcleo de una estrella.

Dicho esto, nos queda la gravedad. Muchas veces rechazada como ese fastidioso componente de la naturaleza que evita que volemos a nuestras anchas, esta fuerza también tiene mucho qué ofrecer. Por supuesto, sin ella La Tierra nunca se habría formado, al igual que ninguna estrella, ni pudiesen mantenerse los objetos en cómodas y seguras órbitas alrededor de nada. Se trata tal vez de la fuerza a la que más estamos acostumbrados, tanto que ni nos ocupamos de pensar en ella seriamente hasta la aparición en nuestra historia de mentes como las de Isaac Newton y Albert Einstein. Aún con personas de ese calibre involucradas, la gravedad continúa siendo muy misteriosa en su funcionamiento más básico; tan débil en comparación con las otras fuerzas que necesita de estructuras del tamaño de planetas para comenzar a sentirse significativamente (en contraste, un imán de 1 cm ya ejerce una influencia perceptible en el mundo). Sin embargo, haríamos mal en subestimarla: como sabemos, cuando se acumula suficiente materia en un volumen reducido, la gravedad que se genera es capaz de destruir el mismo espacio-tiempo – el tejido del cosmos va a morir a los agujeros negros.

Si tuviera que elegir mi favorita, tendría que irme con la gravedad, acaso por ser la más misteriosa e ignorada. Acá en La Tierra la damos por sentada, al punto en que no somos capaces de notar que no en todos los puntos de la superficie de nuestro planeta la gravedad tiene el mismo valor. Nuestro punto azul es una esfera, y por ello la atracción es más o menos uniforme en todos lados, pero satélites artificiales han podido detectar variaciones medibles ante la presencia de mayores acumulaciones de masa, y diferentes composiciones de terreno. Básicamente, hay sitios del planeta en los que pesamos un poco más, aunque no nos demos cuenta. La misma tecnología se usa para estimar la composición de otros mundos en nuestro sistema solar, y la sonda Cassini reportó recientemente haber detectado a través de variaciones gravitacionales la presencia de estructuras ocultas – probablemente de hielo – bajo las superficie de las montañas de Titán, la mayor luna de Saturno. Eso permite deducir que debe tratarse de hielo muy rígido (está ejerciendo gravedad propia y estable), lo cual complica un poco los modelos que teníamos de ese sitio tan parecido – en principio – a nuestro hogar en el espacio.

Sea cual sea la fuerza que elijamos como nuestra favorita en este maravilloso e interesante universo, siempre habrá misterios que investigar y usos innovadores que darles, ya sea dentro o fuera de este mundo. Antes nos parecían conceptos mágicos e inexplicables (la temida “acción a distancia”). Ahora tan solo lo llamamos ciencia.

Y, debo decir, sigue siendo mágico.

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