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Cuesta nombrar un momento en el que el poder de abstracción de la mente humana se manifieste con mayor potencia que durante esas noches eternas en las que nos ataca el insomnio. En esos instantes, mientras observas con una atención rebelde el techo de la habitación, de repente, ya no parecen tan incomprensibles las consecuencias más locas de la relatividad. Te sientes como si el universo en su conjunto se hubiera acelerado a velocidades vertiginosamente cercanas a la de la luz, dejándote a ti casi congelado en el tiempo; dilatado incómodamente entre las 4 paredes de esa habitación que ahora se presenta tan oscura como un agujero negro (lo cual explicaría muchas cosas), pero que está lejos de estar tan ordenada.

Contra tu mejor esfuerzo por relajarte; por poner la mente en blanco; por alcanzar esa versión de Nirvana que no te trae recuerdos de los noventa, tu cerebro insiste en bombardearte con todas las ideas brillantes que justo ahora no te hacen falta, y que por seguro habrán desaparecido cuando se presente la oportunidad de utilizarlas. Sin duda, ya se te pasó la noche, y no descansaste nada.

-“Ya debe estar por amanecer” – te dices, mientras buscas apoyo moral en el reloj de la mesita. Por supuesto, su respuesta te traiciona con un “1:47 AM” que brilla orgulloso, como una burla a la distorsión de tus sentidos. Eventualmente sucede lo inevitable, y comienzas a pensar en esa persona:

“¿Estará despierta?”

El cosmos entero parece detenerse, en vilo, mientras consideras la respuesta a lo que te acabas de plantear – y el curso de acción que seguiría de ello: el silencio de la calle no es normal, aún a esta hora, y la oscuridad se ha vuelto terriblemente palpable – como si solo tú existieras. En cierto modo, sería simple – hasta lógico – que fuese así. Si el universo es tan solo una fluctuación termodinámica azarosa, sería más sencillo que ésta solo te hubiera dado origen a ti, flotando en el vacío (pensando en ella), cargado de recuerdos ilusorios sobre una vida que nunca sucedió. En contraste, bajo este panorama, se presenta mucho más complicado que realmente haya surgido un universo, con todas sus complejidades, y que éste sea el que te haya generado a ti como resultado.

Claramente, Boltzmann mismo estaría orgulloso de tu solipsismo improvisado – si es que alguna vez existió; si es que no imaginaste haber leído sobre esta hipótesis en alguna página de Internet.

Al final te das cuenta: esta línea de pensamiento resulta muy poco útil. Podría o no ser real lo que yace del otro lado de la puerta, y no habría manera de establecer la diferencia. Ella podría estar despierta, o no – pensando en ti, o no – y lo cierto es que tal ansiedad solo te alejaría de la posibilidad de conciliar el tan necesario sueño:

– “Escrutando hondo en aquella negrura
Permanecí largo rato, atónito, temeroso,
Dudando, soñando sueños que ningún mortal
Se ha atrevido jamás a soñar.” –

-Fragmento de “El Cuervo” – Edgar Allan Poe

Confrontado con el infinito, interna y externamente, entiendes claramente lo que Boltzmann quiso decir: el terror de ser una entidad consciente que flota en un vacío de imaginación incontrolable.

Sin ella.

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Sin comentarios
  1. Argenis José Giménez. dice

    ¡Qué miedo es comprender que soy el universo, que soy el cosmos, que soy Dios y que asi soy único y que no hay mas nada! Pero es la única manera de creer acertadamente en la realidad que pueda significar Dios, el universo y el cosmos. Dios, cosmos y universo son formaciones mentales necesarias creadas por el cerebro humano para satisfacer necesidades inherentes a su naturaleza. Soy humano y por lo tanto no puedo evitar ese miedo aunque si pueda disimulármelo a mi mismo y a los demás. Aunque no a un sagás sicoanalista.

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