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“Hola” es la palabra usada típicamente, en la región del mundo en la que me tocó nacer, para saludar a nuestros compañeros humanos. Es una expresión amistosa, usualmente acompañada por una sonrisa amable, y la extensión de una mano como símbolo ancestral de paz y buena voluntad (una buena muestra de que estás desarmado). De esta forma nos hemos recibido unos a otros los humanos por miles de generaciones – una palabra fuerte y concisa, sin ambigüedades, que encuentra un equivalente similar en todos los lenguajes que nos hemos inventado. Resulta adecuada, sin duda alguna, su inclusión en el disco dorado – la placa que lleva el Voyager a través de la galaxia; la evidencia física más lejana de nuestra inteligencia.

Sin embargo, creer que solo la inteligencia humana era digna de ser representada en esta cápsula del tiempo interestelar hubiera sido un error que Carl Sagan – el líder del comité que recopiló el contenido del disco – jamás se habría permitido. Varias especies inteligentes habitan nuestro mundo – especialmente en el reino de los mamíferos – y el equipo del Voyager se aseguró de que sus saludos también viajaran hacia las estrellas: cantos de aves, aullidos de hienas y perros; el sonido estrepitoso de la trompa del elefante y el alarido gutural del chimpancé. Principal entre ellos, el maravilloso idioma de las ballenas – las reinas del océano.

Desde la perspectiva de ballenas y delfines, el nombre “Tierra” debe parecer extremadamente inadecuado para este punto azul pálido que todos habitamos, cubierto de agua en más de un 70% de su superficie – el hogar de más de la mitad de los habitantes del planeta. En sus profundidades, el mundo es un lugar muy diferente, coloreado no por las ondas de luz sino por los llamados pasivos de gigantes. Lejos de ser sonidos azarosos, se ha descubierto que los cantos de ballena tienen suficiente precisión como para que el grandioso animal detecte el estiramiento o encogimiento de la onda auditiva que recibe (el llamado efecto Doppler), deduciendo la dirección del nado de su interlocutor.

A través del mismo fenómeno, en una escala bastante mayor, la sonda Cassini – en este momento girando alrededor de Saturno – ha podido confirmar la más emocionante de nuestras sospechas astronómicas: hay variaciones medibles en la gravedad de Encélado (una de sus lunas), detectables en las alteraciones en la velocidad de la nave, impresas en el efecto Doppler de la señal que envía a La Tierra. Tales discrepancias indican que la densidad del satélite varía debajo de su superficie, apoyando fuertemente la teoría de que un gran océano de unos 10 km de profundidad se oculta debajo del hielo.

Es agua líquida lo que Encélado esconde, en cantidades que probablemente superen la de nuestro planeta, calentada por el tremendo estrés de orbitar un gigante gaseoso. El caso es más fuerte que nunca: esta luna, pequeña y modesta, es uno de los candidatos principales para encontrar vida fuera de La Tierra – desde los microbios hasta esos posibles gigantes nobles de nuestra imaginación, entonando canciones hermosas en la oscuridad.

El Voyager 1 obtuvo las primeras fotografías de Encélado en Noviembre de 1980. Resultaría interesante que hubiera más sonidos merecedores de inclusión en el disco dorado, ya no emisario de un solo planeta, sino de todo un sistema solar, vivo entre las estrellas.

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