El secreto de la vida

1

Es mucho lo que los humanos damos por sentado en nuestra experiencia diaria. No vemos una estrella, trasformando su combustible de hidrógeno en millones de toneladas de helio, cuando la luz del Sol nos ilumina el rostro. No pensamos en la mezcla vital de nitrógeno y oxígeno que absorbemos de la atmósfera, cada vez que inhalamos una bocanada de aire. Cuando nos quemamos –e instintivamente alejamos nuestro cuerpo del calor– no solemos visualizar a los átomos excitados del objeto que nos hiere, lanzando fotones hacia nuestra piel, rompiendo nuestros enlaces moleculares. Solo sabemos que duele, y que deberíamos evitarlo.

math-made-fleshEs entendible. El universo es tan complejo, en cualquiera de sus escalas, que dedicarnos a ponderar cada pequeño detalle de nuestras interacciones con él sería una distracción inaceptable. Esto bien podría ser la causa principal de la evolución de la “consciencia”: la dedicación total de una zona del cerebro a lo que realmente resulta prioritario –procesar la información de los sentidos, reproducirse, comer y no ser comido. No necesitamos saber cómo los pulmones integran el oxígeno al flujo sanguíneo, para reconocer que debemos respirar; ni es obligatoria una comprensión detallada de las invasiones bacterianas, para evitar contacto con alguien que luce terriblemente enfermo. Estas son conductas que se nos dan naturalmente, codificadas de manera instintiva en nuestra especie, heredadas de nuestros ancestros.

Aún hoy, para muchos humanos sigue siendo esa la directiva primaria: supervivencia y reproducción. Sin embargo, también hemos heredado una medida nada despreciable de curiosidad y capacidad analítica. Cuando encontramos en nosotros el valor para ejercerlas, experiencias profundamente transformadoras comienzan a revelarse en los rincones, y la naturaleza se dispone a contar con timidez la más grande de todas las historias: Las cosas no siempre han sido como son ahora.

El secreto de la maravillosa complejidad de la vida –de la reproducción y la curiosidad que tanto valoramos– se esconde en la sangre, en los músculos y en los huesos.

maxresdefault (5)

En Noviembre de 1859, Charles Darwin publicó El Origen de las Especies, planteando su teoría de que todos los seres vivos comparten un único ancestro, del cual nos hemos venido diversificando como resultado de lo que llamó “selección natural”. Más allá de alguna oposición religiosa (que encuentra insultante esta lección de humildad), lo cierto es que la evolución no resulta totalmente evidente, si fallamos en analizar el tema. Su base es un hecho que también solemos dar por sentado, ignorando sus implicaciones: los hijos heredan las características de sus padres –pero la copia no es perfecta.

Tan solo esa propiedad del proceso reproductivo es suficiente para deducir que la evolución no solo sucedió, sino que es absolutamente inevitable. Si los individuos varían con respecto a sus progenitores (como es obvio), la diversificación acumulada de los genes ­– lo que llamamos “evolución”­– tiene que suceder. Darwin no tenía conocimiento de la existencia del ADN, pero hoy sabemos que la especiación se da como consecuencia de un proceso aún más profundo: la variación genética.

Los individuos no evolucionan, las poblaciones lo hacen, cuando las proporciones de sus genes individuales varían por acción de la selección natural, o mediante 4 mecanismos adicionales. Las mutaciones (los errores en las copias genéticas), las migraciones (la mezcla de genes diversos), la deriva genética (las reducciones azarosas en grupos dentro de una población), y la selección sexual (las preferencias sexuales de los individuos, no necesariamente asociadas a las mejores capacidades de supervivencia).

Jonathan Jones, Head Gardener of the Tregothnan Estate, handles some tea leaves from the tea plant C..Es fácil ignorarlo, pero haciendo nuestro este conocimiento, hasta el acto simple de posar la mano sobre un árbol se vuelve trascendental. Al notar que su corteza y nuestra piel son esencialmente lo mismo –la expresión superficial de una molécula de ADN– la planta se convierte literalmente en familia.

Qué poder tan especial.

También podría gustarte
1 comentario
  1. Elizabeth dice

    Cada vez más interesante todo aquello sobre nuestro origen

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.