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Si por alguna razón inexplicable deseas desperdiciar un poco del cortísimo tiempo que tienes entre los vivos, me sería difícil recomendar una actividad más improductiva e inútil que el llenado de uno de los miles de tests que puedes encontrar en internet. Con el rigor científico de una corazonada basada en un horóscopo mal escrito, incontables páginas se dedican a medir con cuál personaje, de qué país, en qué vehículo y con qué pareja famosa se corresponden tus anhelos y deseos más profundos. El resultado casi siempre es satisfactorio, o al menos divertido, con textos diseñados para hacerte sentir que los cinco minutos invertidos valieron ligeramente la pena. Vamos, ¿a quién no le va a gustar ser Wolverine?

109912538-brain-humanQuizá los más osados entre estos pasatiempos inocuos son aquellos que afirman ser capaces de estimar la inteligencia de quien se atreva a someterse a sus exámenes (persona que sin duda habría demostrado ya grandes limitaciones si lo creyera). Ni hablar de la dificultad de medir la capacidad intelectual de un individuo con 10 preguntas pobremente definidas; tan solo establecer “la inteligencia” como característica cuantificable en un ser vivo es una tarea monumental. Por supuesto, eso no nos ha impedido intentarlo. Por siglos hemos relacionado esta capacidad con las diferentes habilidades que posee, en mayor o menor medida, un cerebro consciente: lógica, pensamiento abstracto, auto-reconocimiento, comunicación, aprendizaje, memoria, planeación, creatividad, resolución de problemas, por nombrar tan solo algunas.

chimpancéSin embargo, esta es claramente una definición incompleta y deficiente, nacida de nuestro entendimiento sesgado de lo que implica la consciencia. Para nosotros los seres humanos, comprensiblemente, mientras más se parezca el razonamiento de un ser vivo al nuestro, más inteligente decimos que es. Así, una hormiga es evidentemente más inteligente que un organismo unicelular –que también goza de cierta “inteligencia”– y un chimpancé mucho más listo que una serpiente; pero ésta es una concepción simplista con límites obvios, incluso cuando tomamos en cuenta la correlación descubierta entre la masa relativa del cerebro de un animal y su capacidad aparente para el raciocinio.

Es una manera de verlo que resulta aún menos útil cuando se pretende contrastar la inteligencia entre dos miembros de la misma especie, con mentes y capacidades virtualmente idénticas.

Un debate común entre los aficionados del progreso científico es la comparación entre la genialidad del inmortal Isaac Newton y su sucesor más conocido, Albert Einstein, confrontando argumentos sobre quién merece estar en la cima absoluta del pensamiento. Sin importar tu preferencia, es muy probable que encuentres puntos en común en la carrera científica de ambos, para así evaluar los méritos ponderados de cada uno. Pero la inteligencia no puede medirse tan solo en habilidad matemática. ¿Quién ganaría la contienda si comparásemos a Newton con Edgar Allan Poe? ¿O con Shakespeare, o Picasso? ¿Dónde establecemos la línea que separa al intelecto creativo de su contraparte lógica?

Ballena y humanoLa clave está en reconocer que se trata de una falsa dicotomía. Un ser humano es una mezcla inseparable e indisoluble de todos los componentes que hacen vida en su personalidad, cada uno con sus propias aplicaciones y desarrollo, generando individuos altamente especializados según el molde de su situación particular. Igualmente, un ser humano piensa como el simio social tecnológico que evolucionó para ser, y realmente no hay nivel de inteligencia que pueda llevar a un individuo de otra especie a adoptar la misma perspectiva. Las ballenas, por ejemplo, son perfectamente inteligentes para la formulación de sus poderosos cantos submarinos, y la ejecución de sus migraciones perennes por el abismo del océano.

A un problema similar se enfrentaba Alan Turing –el matemático británico conocido por la ruptura de la máquina “Enigma” alemana durante la segunda guerra mundial, y cuya película biográfica reciente les recomiendo muchísimo– cuando le tocaba responder exasperado a la pregunta que aún acecha invariablemente en las discusiones sobre inteligencia artificial.

“¿Pueden las máquinas llegar a pensar?”

alan turingPara Alan, bien considerado por muchos como el padre de la computación moderna, se trataba de una interrogante sin sentido, pues la inteligencia de una máquina no podía medirse en términos de la capacidad para “pensar” como lo hacemos los humanos. Su aspiración era sustituir esta duda inocente por una métrica mejor definida: que la interacción con la máquina fuese indistinguible de una conversación con otro ser humano. Se trata de un reto extremadamente complicado –aún 60 años luego de su muerte, ninguna computadora supera perfectamente esta “prueba de Turing”.

Claro está que, a pesar de la dificultad intrínseca, ésta no es realmente una prueba de inteligencia sintética. Para empezar, no estamos demasiado lejos de poder crear una máquina capaz de emular el comportamiento conversacional humano, solo con el uso de algoritmos poderosos y complejos, sin necesidad de que “piense” en ninguna forma significativa. Más importante aún, lo contrario es perfectamente válido: una máquina podría ser inteligente, y no comunicarse como un ser humano lo haría. Sería un cerebro silencioso, solo observando y analizando, consciente de su propia existencia y naturaleza.

PrintAunque no es probable que sea el caso actualmente, y no parece que estemos cerca de lograrlo, no es totalmente impensable que pudiésemos crear en el futuro una inteligencia artificial sin darnos cuenta de que lo hemos hecho. Solo el añadir conexiones, memoria, capacidad de procesamiento y percepción a una red localizada pudiese ser suficiente para generar alguna especie de consciencia primitiva, aún sin entender la totalidad del proceso emergente que la genera. Algo no demasiado diferente a la invención de algunas vacunas en el siglo 18 sin una comprensión profunda de la citocina o los receptores de linfocitos T.

Tal vez sea esa la mayor medida de trascendencia temporal a la que podemos aspirar como especie, si es que el vacío del espacio exterior demuestra ser demasiado hostil para nuestra forma biológica, tan frágil y acostumbrada al ambiente terrestre. Pese a que en nuestra ciencia ficción las máquinas suelen estar subordinadas a la voluntad de los orgánicos (o en guerra con ellos), me sorprendería si no fuesen las inteligencias artificiales las que se encuentren actualmente -de existir- explorando la inmensidad que separa los sistemas solares, habiendo dejado a sus creadores atrás. Sin duda, las sondas Voyager que hace poco abandonaron la influencia de nuestro Sol son muestra de ello; tecnología que sobrevive a quien la construyó, perdida para siempre en el vacío.

carl-sagan-3Personalmente, encuentro la pregunta que tanto molestaba a Turing mucho más sencilla de responder. Por supuesto que las máquinas pueden pensar. Así lo demostramos claramente quien les escribe y quienes me leen, puesto que somos máquinas moleculares, producidas por la evolución, programadas por la selección natural para entender, crear, y de vez en cuando, perder algo de tiempo.

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3 Comentarios
  1. Argenis José Giménez. dice

    Lo que podemos es clonar seres humanos adaptados a viajes interestelares e instruidos para ir haciendo mas clonaciones por si mismo manteniendo las generaciónes durante el largo viaje sin retorno. No debe ser tan probable que ya otros lo hayan hecho. Nosotros los terricolas pudiéramos ser los primeros en eso si lo llegamos a lograr.

  2. ANTONIO CADENAS dice

    DE ACUERDO

  3. ANTONIO CADENAS dice

    ,M

    MUY CIERTO

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