El hecho más poderoso de la ciencia

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apocalipsisComo coreaba aquella gran canción de REM en los años 80: es el fin del mundo como lo conocemos. Un asteroide gigantesco puede verse amenazador en el cielo, más imponente con cada día que nos acerca al impacto inevitable. O quizás una cepa particularmente peligrosa de la gripe ha logrado saltar a nuestra especie, esparciéndose en días por todo el planeta ante la mirada atónita de la OMS, diezmando a nuestra población. O también es posible que las tensiones entre Rusia y las naciones occidentales alcanzaran un punto irreconciliable, y las bombas atómicas se convirtieran en las embajadoras del diálogo inexistente; destruyendo las ciudades principales y sumiendo al planeta en un pesado invierno nuclear. Luego del fatídico evento, el mecanismo que puso fin a nuestra civilización se vuelve mayormente irrelevante. Puede que haya zonas radioactivas, bajísimas temperaturas o cadáveres infectados tratando de comer tu cerebro; pero la realidad a la que se enfrentan los humanos restantes es única y evidente: la vida se ha convertido en un ejercicio de supervivencia.

Atrás quedaron los días de contar con la tecnología, o el conocimiento especializado de nuestros pares, para garantizar nuestra subsistencia básica. Aunque la infraestructura estuviera intacta luego del final (como lo estaría en el caso de una epidemia mundial), la mayoría de los individuos entrenados para utilizarla ya no estarían entre los vivos. Los sobrevivientes tendrían que regresar obligatoriamente a vivir de La Tierra; reaprendiendo técnicas hace mucho abandonadas, y tal vez olvidando gran parte de lo que descubrimos con tanto esfuerzo durante los siglos posteriores a la revolución científica.

esqueletoEncuentro nefasto ser el mensajero de tan terrible noticia, pero tú –querido lector– formas parte de la gran mayoría que no lo logró. Luego de algunas décadas, cuando se hubieron apagado los incendios y la naturaleza recuperó agresivamente los espacios urbanos, un grupo de exploradores redescubre por accidente tu lugar de reposo, y encuentra lo que fue tu último mensaje –lo que pusiste en papel cuando te diste cuenta de que no podías seguir. Se trata del conocimiento que consideraste esencial transmitir para que la nueva civilización no sufriera una regresión total al oscurantismo; todo concentrado en una sola frase de tu puño y letra.

Dime, fantasma del pasado, ¿qué estaba escrito en la hoja?

Enfrentado a una pregunta similar, el físico Richard Feynman decía siempre con entusiasmo que si pudiese salvar solo un dato, del total de nuestro conocimiento científico, sería que “todas las cosas están compuestas de átomos –pequeñas partículas que se mueven continuamente, atrayéndose cuando están cerca, pero repeliendose cuando se juntan demasiado”. Para él, este era el hecho más poderoso de la ciencia, que concentraba la mayor cantidad de deducciones en el menor número de afirmaciones. Si bien he dicho en varias ocasiones que El Origen de las Especies es el libro más importante jamás escrito (y muchas copias deberían definitivamente salvarse en caso de apocalipsis repentino), lo cierto es que le doy toda la razón a Feynman en cuanto al poder resumido de la teoría atómica: analizada correctamente, lo explica todo.

átomo enlace covalentePor supuesto, a primera vista, no parece que éste sea el caso. Como escribió la poeta estadounidense Muriel Rukeyser, “el universo está hecho de historias, no de átomos”; y no resulta sencillo establecer una relación clara entre el comportamiento de las partículas y la complejidad emergente del mundo que habitamos. El genio de Feynman, como tal vez ya adivinaron, radica en haber incluído no solo la existencia de los átomos en su frase, sino también la importantísima interacción de van der Waals: la oscilación natural de la nube de electrones que rodean al átomo, que causa ligeros desequilibrios en las cargas eléctricas, y permite la creación de las moléculas que observamos. De una manera tan simple, el físico nos dice que la materia del cosmos tiende a combinarse electromagnéticamente, pero nunca a colapsar sobre sí misma. Sin mencionar la ley de Coulomb o el principio de exclusión de Pauli, hemos entendido la mecánica básica que otorga solidez a los materiales, y evita que se atraviesen unos a otros.

tabla periódica (4)Pero allí no termina la historia. El explorador curioso que continúe pensando en las implicaciones de la frase, notará que si todo está hecho de estas pequeñas partículas, entonces son necesariamente sus características las que otorgan diferentes propiedades a los objetos, y dan vida a los fenómenos observables de la naturaleza. Como Antoine Lavoisier en el siglo 18, y luego John Dalton y Dmitri Mendeléyev a mediados del 19, los científicos post-apocalípticos podrían comenzar a armar progresivamente una tabla periódica, con el conocimiento de que “medio átomo” es imposible, y por tanto todos los elementos que identifiquen formarán parte de un patrón que aplica al universo entero. Un hecho que comprobarán fácilmente analizando la luz de las estrellas más lejanas.

Así mismo, no les será difícil visualizar la temperatura como una medida de la velocidad de movimiento de los átomos, explicando la evaporación del agua en los días calurosos, y su congelamiento durante el invierno. Un conocimiento que los dirigirá sin mayores desvíos a reinventar los motores de vapor, activando parte de nuestra capacidad industrial.

Pasado un tiempo, los supervivientes podrán generar su propia electricidad –probablemente fabricando una celda voltaica con componentes rescatados– y observarán maravillados que casi cualquier metal puede usarse para producir un flujo eléctrico, delatando a las partículas responsables –los “electrones”– como parte esencial de la estructura atómica. No solo eso, pues cualquier explotación de este recurso será propensa a revelar el efecto fotoeléctrico, exponiendo la dualidad onda-partícula de la luz y su relación con el magnetismo.

polvo de estrellas (2)Inevitablemente, querer saber más sobre estos fenómenos los llevará por el camino de Rutherford, Bohr y Schrödinger, y descubrirán que además de la gravedad y el electromagnetismo que experimentan diariamente, la naturaleza esconde poderosas fuerzas nucleares, responsables por la construcción y evolución de la materia. Si sus cálculos son correctos, se darán cuenta finalmente de que solo en el centro de un sol pudieron producirse los componentes de sus cuerpos, y sus rostros se iluminarán al comprobar que son polvo de estrellas; carbono organizado por miles de millones de años de interacciones. A partir de un principio tan simple, los humanos recordarán quiénes son.

Afortunadamente para los que vivimos hoy, este escenario apocalíptico es tan solo un ejercicio intelectual. Sin duda, evitarlo requerirá apreciar que tanto Feynman como Rukeyser tenían algo de razón: todo está hecho de átomos, y cada átomo es una historia. Si algo podemos aprender de nuestros ancestros, es que solo balanceando estas dos perspectivas podremos hacer uso seguro del poder magnífico que nos otorga el conocimiento.

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2 Comentarios
  1. carlos dice

    Muy bueno

  2. Job Hundtak dice

    Excelente. Ojalá millones en el mundo leyeran, comprendieran y analizaran en su clara acepción este tipo de razonamientos trascendentes, y no los 300 millones de vistas en youtube de tontos vídeos como “el baile del caballo” y demás trivialidades humanas.

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