Sepan que hoy (9/11/12) es el cumpleaños del gran Carl Sagan, también conocido como el “Día de Sagan”. Un verdadero héroe de la ciencia y la divulgación, Sagan es mayormente conocido por su serie “Cosmos”, y sus muchos libros sobre la belleza del universo, del escepticismo y el conocimiento. Quizá menos sabido es que también fue un gran investigador sobre las atmósferas planetarias de nuestro sistema solar y la posibilidad de vida extraterrestre (demostrando la creación de aminoácidos a partir de químicos básicos con radiación). También estuvo muy involucrado en el programa de lanzamiento de las sondas Voyager – y su mensaje de la humanidad a las estrellas – las cuales se encuentran hoy en día en la frontera de nuestro sistema solar. Una de las mayores mentes de esta época sin duda alguna.
Interesante es, sin embargo, que los recuerdos más queridos de Sagan, para muchos de los que efectivamente lo recordamos, no sean de admiración por sus evidentes logros. En realidad no son sus premios y éxitos los que lo hacen memorable. Por el contrario, nuestras memorias de Sagan no suelen ser realmente sobre Sagan, sino personales, aventuras que “vivimos” los que aprendimos sobre el mundo gracias a su esfuerzo de divulgación. ¿Quién puede no esbozar una sonrisa al recordad la confusión del señor cuadrado al conocer a la manzana tridimensional, mientras aprendíamos de la cuarta dimensión? ¿Quién que haya visto Cosmos no sueña con su propio viaje interestelar? Ese era realmente el genio de Carl Sagan, la capacidad de despertar en nosotros la maravilla por el universo, la apreciación por la verdadera poesía de la existencia, y la realización de lo afortunados que somos de poder entender aquello a lo que vamos teniendo acceso a través de la ciencia.
“Estamos hechos de polvo de estrellas. Somos la manera en la que el universo se conoce a sí mismo”, dijo Sagan una vez. Y era cierto.
Y nunca dejaré de estarle agradecido por haberme revelado esa verdad.