Ante la majestad de nuestro planeta, es fácil sentirse pequeño, insignificante, incluso, frágil. Ni qué decir del Universo entero, en el cual no solo nosotros sino La Tierra entera es apenas una mota microscópica de polvo, flotando en el inclemente vacío a una velocidad que para nosotros es inimaginable (aunque vamos con ella a esos 107 mil km/h), pero que resulta trivial en comparación con las distancias y magnitudes del cosmos.
Efectivamente, esta parece ser la realidad que nos viene dibujando progresivamente la ciencia: donde antes pensábamos que La Tierra era el centro inamovible de la creación – con la adolescente visión de que el cielo se movía a nuestro alrededor – luego llegó Copérnico y descubrió que en realidad somos nosotros los que giramos alrededor del Sol. Y así continuaría.
El Sol es una estrella más de alrededor de 400 mil millones en la Vía Láctea. Una galaxia entre también miles de millones en el universo observable (una fracción del universo total).
En la actualidad, la tendencia continúa, con la posibilidad de que nuestro universo sea tan solo uno de una infinidad de posibles universos, cada uno con sus propias leyes y constantes definidas por el azar.
Igualmente, a nuestras presunciones no les ha ido mucho mejor por el lado biológico, desde que Darwin descubrió que el ser humano no es un ente externo a la naturaleza, puesto aquí simplemente para usarla, sino parte de ella; una criatura evolucionada como todas las otras millones de formas de vida que existen, y han existido, en este punto azul pálido.
Ciertamente, pareciera que debería sentirme pequeño, insignificante, incluso, frágil. Extrañamente, no es así, y pienso que es precisamente el conocimiento científico el que me hace sentir lo contrario: Grande, cuando mi mente se expande en imaginación a los confines más lejanos del universo. Significativo, al comprobar que soy único e improbable en mi configuración genética y cerebral, y sin embargo aquí estoy. Fuerte, al poder observar el universo y procurar entenderlo tal como es, con sus bondades y amenazas, sin ilusiones cegadoras ni prejuicios manufacturados; capaz de luchar por proteger mi existencia y la de los otros seres vivos que han tenido la suerte de despertar a la consciencia.
Nuestras vidas son un suspiro en el tiempo cósmico, nuestros cuerpos una configuración apenas estable de materia, y justo eso nos hace especiales. Es por ello que debemos ser estelares unos con otros. Ayudarnos cuando podamos, siempre que podamos. Entender las opiniones ajenas (aunque abiertamente no las compartamos y hasta las refutemos por el bienestar de todos) . En todo el universo, no encontraremos dos mentes iguales.
Quizá la mayor razón de ser del conocimiento es empoderarnos a todos a través de la realidad cósmica de nuestra existencia.