Disfruto mucho cuando descubro la Luna en el cielo durante el día, y es que resulta tan fácil – tan común – verla de noche, cuando su brillo domina el firmamento, que es casi como si nuestro satélite natural trasmitiera una cierta modestia durante sus apariciones diurnas. Se siente como todo un logro detectarla, perdida en el azul brillante de nuestra atmósfera, pálida y lejana, opacada completamente por la estrella que orbitamos. Más de una vez me ha alegrado el día lanzar una mirada perdida al cielo solo para apreciar su sorpresiva silueta entre las nubes, dándole justo el toque que faltaba a un atardecer, sin mayores presunciones. Quizá por esto algunas personas la llaman, “la luna de los niños”, ya que son estos los que suelen invertir el tiempo para explorar el cielo durante nuestros ocupados días (http://on.fb.me/Xuv0dn).
Es precisamente esta costumbre lunar de pasar desapercibida durante su coexistencia con el sol lo que nos puede llevar a pensar que es poco usual que aparezca de día. En realidad, la luna nos acompaña de día la misma cantidad de tiempo que alumbra nuestras noches. Solo tenemos que tomarnos un instante – a pesar del tráfico, del trabajo, del jefe, de las cuentas, del teléfono, de la computadora – para mirar unos minutos hacia arriba.
Durante cualquier mes, si la luna está pronta a aparecer llena, vean el cielo por las tardes. Si acaba de pasar la luna llena, vean en la mañana. Les garantizo, muy probablemente, se llevarán una grata sorpresa.