Hoy se celebró el día de La Tierra, porque incluso aquellos que se quieren ir a vivir a Marte tienen que admitir: es un planeta genial. Agua líquida, temperaturas aceptables, clima relativamente estable, el sitio “ideal” para la vida como la conocemos. Suelo hablar con frecuencia de explorar el espacio; de expandirnos por la galaxia y descubrir las maravillas que oculta el firmamento, pero no me engaño. La Tierra es casa. Estamos maravillosamente adaptados al medio ambiente de nuestro pequeño punto azul, y será difícil replicar en otro lugar la comodidad de caminar un día soleado por un parque, con gravedad 1G, con 1 ATM de presión, con justo el nivel de oxígeno necesario para sentirse revitalizado con una gran bocanada de aire.
Estamos acostumbrados a la estabilidad climática que garantiza nuestra gran luna, y a los rayos de sol mayormente benignos que nuestro campo magnético permite nos alcancen. Nos relajamos con el canto de las aves, el sonido del mar y el viento entre las hojas. En realidad, nosotros, y todas las otras formas de vida que habitan el planeta, somos La Tierra. Hechos de los mismos materiales, en las mismas proporciones; parte de un ciclo de vida que comenzó mucho antes de nuestro nacimiento y trascenderá millones de años a nuestra muerte. Aún así, vista desde afuera, no somos evidentes.
Todas nuestras peleas, intereses económicos, preocupaciones, presunciones, mitos, y – sobre todo – egos, se diluyen en ese azul brillante, como la sal en el océano que le da color. En la escala de los mundos, nuestras vidas – individualmente – son agua entre los dedos. El universo sorprende a cada vuelta que da el planeta; deslumbra con cada kilómetro que recorremos a bordo de la nave espacial Tierra y, aunque sea corto el tiempo que pasamos conscientemente caminando sobre esta superficie, debo decir que es un privilegio ser parte de este viaje, y entender, aunque sea un poco, de qué se trata todo esto.
Feliz día de La Tierra, gigantes. Apreciemos y cuidemos nuestro hogar en el espacio