En una de sus lecciones, Richard Feynman dio una de las mejores definiciones del método científico que he escuchado – simple, elegante y abusivamente fácil de entender:
— “En general buscamos nuevas leyes con el siguiente proceso. Primero hacemos una suposición. Luego calculamos las consecuencias de esa suposición para ver lo que implicaría si esta ley que supusimos fuese correcta. Después comparamos el resultado del cálculo con la naturaleza – con experimentos o experiencia – en contraste directo con la observación para ver si funciona. Si no concuerda con el experimento, está mal. En esa simple afirmación está la clave de la ciencia. No influye qué tan bella es tu suposición. No influye qué tan inteligente eres, o quién hizo la suposición, o cómo se llama – si no concuerda con el experimento, está mal. De eso se trata todo.” —
Esta manera de expresarse (tan típica de Feynman) entra en fuerte contraste con la imagen fría y formal que muchas personas tienen del proceso científico, que en ocasiones nos lo dibuja ajeno y difícil de practicar. La verdad que se nos expone acá es que todos aplicamos “ciencia”, a cada momento, para entender nuestros alrededores. Todos creamos pequeñas hipótesis en nuestras mentes sobre la manera en la que se comporta la realidad ante nuestros estímulos, y hacemos predicciones modestas sobre los resultados. Lo que estudiamos en escuelas y universidades es solo la formalización de ese proceso, que busca disminuir nuestro margen de error y prepararnos para atacar temas algo más complejos que los típicos de la vida diaria (aunque nuestra experiencia día a día cada vez exige más capacidades “técnicas”).
Es por eso que no hay “autoridades” en la ciencia, ni reglas inmutables, ni títulos heredados. Por más reconocimientos, diplomas, premios y publicaciones que puedan acumular los individuos (cosa que sin duda aumenta su credibilidad profesional), la última palabra la tiene siempre el universo. Lo cierto es lo que la naturaleza manifiesta, cómodo o incómodo, simple o complejo, nos parezca o no.
Iría yo un poco más lejos al decirles que la comprensión de esa única característica de la realidad en la que habitamos no solo es la clave de la búsqueda de conocimiento científico, sino del establecimiento de una sociedad más humana, y la construcción del futuro que todos deseamos. Es el pensamiento basado en evidencia, y vaya que hace falta.