Tanto como me gusta la canción “Escalera al cielo” de Led Zeppelin, debo admitir que siempre me pareció algo impráctica la idea. Considerando unos 160 kms de altura para alcanzar la órbita baja de nuestro planeta, tendríamos que subir alrededor de 5 mil escalones para alcanzarla. Y eso si definimos al cielo como el espacio inmediatamente exterior a nuestra atmósfera, y no como la distancia a la Luna, el Sol y las estrellas que también solemos asociar al concepto. Personalmente, en todos los casos en los que hay escaleras involucradas, prefiero el elevador. La escalera es impráctica para salir del planeta (además de completamente imaginaria) y los cohetes – aunque geniales – resultan demasiado costosos debido a su uso de combustible como para permitir un desarrollo espacial saludable.
Un “elevador al cielo” puede parecer a primera vista no mucho más realista que nuestro anterior ejercicio de imaginación, pero en realidad es un concepto que se ha estado discutiendo muy seriamente por décadas – concebido hace más de un siglo. En principio, no es mucho más complejo que un elevador normal, como el que encontrarías en un edificio: una caja hueca, amarrada a un cable con un contra-peso del otro extremo, con algo de ayuda mecánica basada en energía eléctrica para moverse por el recorrido. Si nuestras ciudades nos dicen algo es que ya somos expertos en la mecánica de este movimiento. Por supuesto, hacer uno que salga del planeta hasta la órbita estacionaria – unos 36 mil km de altura – si acarrea un nivel de complejidad ligeramente mayor. Afortunadamente, existen algunos mecanismos naturales que se ofrecen a ayudarnos en esta labor: por un lado la gravedad, que halaría por un extremo del cable; y por el otro la fuerza centrífuga causada por el giro de La Tierra, empujando el contrapeso hacia el espacio. Como toda cuerda que se hale por ambos lados, el cable se tensaría naturalmente, y permitiría que astronautas y materiales subieran relajados atados a él, escuchando esa musiquita molesta que a veces tienen los elevadores.
El principal problema de este concepto es que – hasta el momento – no se cuenta con un material que combine efectivamente la tremenda elasticidad necesaria con la resistencia y solidez que este trabajo requiere; aunque los científicos se muestran optimistas ante la reciente invención de los “nanotubos” de carbono que, a pesar de su gran flexibilidad, ya han demostrado ser el material más resistente sobre La Tierra (sí, el diamante fue desplazado). Está de más decir que anticipo un capítulo muy interesante de “Mega Construcciones” si este proyecto se realiza.
Otro sitio donde quizá sea factible y necesario construir también un elevador espacial sería en Marte (si es que puede establecerse allí un colonia viable) porque aunque los marcianos recién llegados pudiesen construir un cohete para acceder a la órbita, no habría combustible a su disposición para hacerlo funcionar. En cambio, la débil gravedad marciana combinada con la presencia de la luna Fobos orbitando a 9 mil kilómetros de altura, podría posibilitar la construcción de un elevador invertido (de la luna al planeta), incluso sin contar con materiales exóticos.
Sin duda, el elevador espacial sería la construcción más épica alguna vez intentada por la raza humana, y abriría las puertas de la exploración y posible colonización de nuestro sistema solar como solo podemos soñar en la actualidad. Muchos ven con recelo un proyecto de esta magnitud, pero lo cierto es que el país que finalmente se atreva será el dueño del futuro.
P.D.: Como casi todo en la vida, esta es una buena excusa para escuchar “Stairway to Heaven”: http://www.youtube.com/watch?v=wkfHXMb34ng