Reciban un saludo, gigantes, en este inicio de semana. Esperamos que hayan podido celebrar con sus padres/hijos este domingo, y que esa recarga energética esté siendo de utilidad hoy lunes. Más allá del acto de la reproducción – de la simple perpetuidad de la especie – los humanos hemos asignado gran valor sentimental a los hijos. En parte por la evolución conjunta de nuestros ancestros primates, en parte por nuestras tradiciones sociales, solemos ver a nuestros hijos como una extensión de nuestros propios sueños; una pizca de eternidad que llora por las noches e imita cada cosa que hacemos durante sus años formativos. Una y otra vez, en cada estudio, los padres reportan como motivación primaria para su labor diaria (grande o pequeña en alcance) el bienestar y futuro de sus hijos.
En la imagen pueden ver un ejemplo de esto. Gene Cernan, el decimoprimero y – hasta ahora – último hombre en caminar sobre la luna, quien escribió en la arena lunar, a casi 400 mil kilómetros de nuestro planeta, las iniciales de su hija: TDC. Esas letras, sumadas a las huellas de estos exploradores, son una muy buena representación física de lo que significa ser parte de esta especie. Marcas que quizá encuentren nuestros descendientes lejanos en un futuro distante. De alguna forma, también nuestros hijos.