Cada estrella que brilla en el cielo es, posiblemente, el Sol de otros mundos. Es increíble considerarlo, observando el firmamento nocturno – sobre todo si no estás en una gran ciudad – contemplando el abismal número de puntos brillantes que adornan la noche – la mayoría de ellos pertenecientes a nuestra Vía Láctea, que rodea a La Tierra en todas las direcciones. Increíble pero cierto, en este caso, pues estudios recientes facilitados por el Observatorio Espacial Kepler sugieren fuertemente que la mayoría de las estrellas (si acaso no todas) tienen al menos un planeta girando alrededor, el promedio acercándose quizás más a una docena. Los estimados que se desprenden de esa información colocan los números alrededor de los 100 mil millones de planetas, solo en nuestra galaxia (al menos tantos como hay estrellas). Me parece que podemos afirmar con seguridad que no se nos acabarán los lugares por explorar en mucho tiempo. Ni hablar de ponerle nombre a cada mundo, podríamos asignar el nombre de cada ser humano vivo a un planeta, y aún nos faltarían 93 mil millones de planetas por nombrar.
A pesar de ser tan comunes, encontrar planetas individuales ha resultado una tarea bastante difícil. Los planetas, incluso los más grandes, son absolutamente insignificantes en comparación con la estrella que orbitan. Nuestro propio Sol representa el 99,86% de la masa del sistema solar. Cualquier civilización extraterrestre que apunte con sus telescopios hacia acá tendría el mismo problema para detectar nuestro pequeño punto azul: estaría perdido entre el brillo enceguecedor de una bola de fuego cien veces más grande. No se qué medios estén usando los extraterrestres para superar esta dificultad, pero acá en La Tierra se han inventado varios métodos. Uno es capturar a la estrella bailando. Así como los planetas giran por acción de la gravedad, la estrella también se ve afectada por la atracción de sus planetas; esto le causa un “bamboleo” que puede notarse como un cambio del espectro lumínico en los telescopios. Otro método es notar “eclipses” en la luz de la estrella, el punto exacto en el que el planeta pasa justo entre la estrella y el telescopio. De más está decir que a los astrónomos les gusta el café.
Notarán que ambos métodos tienen un problema: están sesgados para ubicar planetas grandes, cuya masa pueda afectar a la estrella, u opacar su luz lo suficiente para ser detectable. Eso ha frustrado bastante la búsqueda de lo que más nos interesa – planetas como La Tierra. Afortunadamente, un grupo de astrónomos está trabajando en una nueva técnica que podría aumentar dramáticamente nuestra capacidad para detectar planetas rocosos: buscar específicamente nubes de polvo estelar. Si una estrella tiene planetas rocosos, lo más seguro es que haya residuos de su formación. Nuestro sistema solar ciertamente los tiene. Utilizando esto como filtro, los investigadores esperan dirigir la búsqueda con mucha más precisión a mundos capaces de sostener agua líquida, y posiblemente, vida.
Es una misión complicada, equivalente a detectar un insecto revoloteando alrededor de una luz que apenas puedes distinguir, pero realmente emociona saber que nuestra mirada llega tan lejos, y que los posibles hallazgos sean tan significativos. Sueño con el día en el que finalmente encontremos otro punto azul entre las estrellas.