No se qué va a pasar mañana, o el día después. El futuro – por obra de la línea de tiempo de la que somos prisioneros – es un misterio. El Sol podría salir por el este, tal vez sea un día frío, los zapatos que tengo pensado ponerme quizá estén donde los dejé, la comida que compré ayer puede que esté en la cocina, disponible para mi desayuno. En teoría, nada es seguro al 100% – sin embargo vivimos nuestras vidas con relativa tranquilidad, confiando en que la naturaleza y la sociedad se comportarán de la forma en la que suelen hacerlo (al menos la mayor parte del tiempo). La manera correcta de expresarnos sobre el futuro sería “Es extremadamente probable que el Sol salga mañana por el este”, pero consideramos innecesaria la acotación. El conocimiento – y el pensamiento basado en la evidencia que nos presentan nuestros alrededores (el pilar de la ciencia) – nos permiten hacer predicciones sobre lo que el futuro prepara para nosotros, y planear de manera acorde nuestras acciones.
Quizá el hecho de que las cosas en La Tierra siempre caigan no implica a un 100% que mañana también caerán, pero es tan absolutamente probable que nadie está dispuesto a saltar de un edificio bajo la idea de que justo hoy esa regla fundamental del universo pudiera haber cambiado. El conocimiento nos dice qué esperar del mundo – con diferentes grados de precisión y exactitud; y esto es algo que la ciencia (la especialización del proceso de búsqueda y refinación de ese conocimiento) lleva al próximo nivel de maneras que en ocasiones erizan la piel.
En los años 60, Peter Higgs y otros “predijeron” la existencia de una partícula responsable por darle masa a todas las demás. Un campo de estos “bosones de Higgs” serían los que causarían que los electrones no se movieran a la velocidad de la luz, y pudieran colapsar en los átomos que conforman todo lo que existe. Hace un año, científicos del LHC anunciaron haber encontrado la partícula más buscada de la física. Peter lloró ante la noticia, y no es para menos: luego de 50 años, su predicción se había demostrado correcta a gran nivel de seguridad. El modelo estándar de partículas y fuerzas del universo observable estaba completo, validado con abusiva exactitud.
Estos hechos combinados son los que hacen del bosón de Higgs un hallazgo tan importante y trascendental. Por un lado es la conclusión del proceso científico que todos disfrutamos ver: observas, analizas, creas un hipótesis, haces predicciones, las comparas con la realidad, compruebas o descartas, y obtienes conocimiento útil sobre el universo. Por otro lado, completa maravillosamente un modelo que no deja nada al azar en lo referente al funcionamiento básico de la realidad en las escalas relevantes a la experiencia humana (por supuesto, la complejidad emergente de estas interacciones básicas sigue siendo objeto legítimo de estudio, pero deberían ser compatibles con esa base). Este conocimiento permite hacer predicciones tan seguras como lo sería tu destino si efectivamente decides saltar del edificio, sobre lo que puede ser cierto y lo que no (vale la pena acotar que la astrología, clarividencia, piedras energéticas, homeopatía, vida después de la muerte, telepatía, y otros procesos místicos, no entran en el grupo de lo que puede ocurrir dado este marco de referencia).
Lo más probable es que no surja tecnología revolucionaria directamente de la posible manipulación de la nueva partícula, pero tan solo saber que existe; saber que sí podemos acceder progresivamente al conocimiento sobre el universo – a pesar de lo inadecuados que a veces parecieran nuestros intentos por avanzar esa frontera – es un logro gigantesco. Nos indica que los problemas sí tienen solución, y la voluntad humana de encontrarla es – muchas veces – el único y real requisito para el éxito. A medida que aprendemos del universo, en parte, nos vamos descubriendo nosotros mismos.