Feliz domingo, gigantes. ¿Cómo están pasando este fin de semana? Como siempre, esperamos que estelarmente. El sábado pasado estuvimos celebrando el crecimiento sostenido de nuestra comunidad en redes sociales, con un pastel muy original que representaba las diferentes capas que componen la estructura interna de nuestro planeta. A modo de broma, comenté que sin duda el núcleo – una esfera de hierro cristalizado súper denso tan caliente como la superficie del Sol – sería lo más sabroso del pastel. Sin embargo, en la naturaleza, las cosas rara vez resultan tan sencillas de entender como nuestra imaginación lo pinta.
Tan lejos como llega nuestra mirada hacia las estrellas, pudiendo observar miles de millones de años hacia el pasado, debemos reconocer que nuestro conocimiento en el sentido inverso – hacia las entrañas de nuestro planeta – es bastante más limitado. Saber la masa, volumen y densidad promedio de La Tierra son cálculos relativamente sencillos (y con esta información podemos inferir con precisión aceptable los materiales internos y la forma general en la que están organizados), pero el estudio directo de las profundidades se mantiene – por el momento – fuera de nuestro alcance. El agujero más profundo hecho por el ser humano alcanza unos 12 kilómetros de profundidad (y ya se encontraban rocas suficientemente calientes para arrancar la piel de las manos). Para tomar una muestra del núcleo, tendríamos que cavar algo más: unos 5,000 kilómetros.
Obviamente, esto no detiene el progreso científico sobre el tema, y hay mucho que es conocido sobre la zona más inaccesible de La Tierra. Su estructura general es normalmente aceptada, y se conforma claramente con los modelos de formación planetaria que observamos en el cosmos. Por otra parte, el detalle del material del que está hecho el núcleo aún es tema de debate. Se sabe que no es perfectamente homogéneo, a partir de la medición de las ondas sísmicas que lo atraviesan (afectadas por su forma y densidad), pero exactamente qué otros materiales lo conforman, o de qué manera están organizados sus átomos sigue siendo un problema a resolver en el estudio planetario. Modelos presentados recientemente en Madrid atacan la situación proponiendo que probablemente hay distintos tipos de cristales de hierro presentes en el núcleo; una explicación más dinámica y adaptable a los movimientos laterales que se infieren (se observa que el núcleo “fluye” de este a oeste y esto podría explicar por qué). Se trata de una integración de las propiedades cuánticas del hierro con los estudios sismológicos, y representa un paso en la dirección correcta para entender con mayor detalle la formación y evolución de nuestro mundo.
En 1864, Julio Verne escribió su famosa aventura “Viaje al centro de La Tierra”, y aunque ahora sabemos que la jornada sería mucho más peligrosa y difícil de lo planteado allí , sigue siendo una referencia obligada en estos temas – una representación del espíritu de exploración humano, incluso en los sitios más inverosímiles – hasta el corazón palpitante de La Tierra.