Fusión galáctica

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Cuando imaginamos galaxias – si tenemos algún conocimiento básico sobre el universo que nos rodea – nuestra mente normalmente se traslada a la forma familiar de un disco delgado con un centro brillante y elevado: un hermoso remolino de estrellas que bailan al unísono en la vastedad del cosmos, inmutables en el tiempo. La verdad, como suele serlo, es mucho más caótica (y no por eso menos poética). Aunque esa imagen que nos ha venido a la mente – la de la Vía Láctea a la que pertenecemos – efectivamente describe a la mayoría de estas islas de luz, lo cierto es que las galaxias vienen en todas las formas y tamaños, siempre colisionando y deformándose las unas a las otras por acción de la gravedad.

Justamente ahora, nuestra galaxia se dirige vertiginosamente a una fusión estrepitosa con su vecina más cercana: la galaxia de Andrómeda (famosa actualmente por ser lo primero que ves al encender una Mac). En unos cinco o siete mil millones de años, estas dos gigantes se habrán convertido en una sola gran estructura, y poco quedará del disco “plano” que las identificaba visualmente antes. El resultado será una súper galaxia elíptica, apreciable en la distancia como un conjunto casi redondo de incontables estrellas orbitando un agujero negro central inmenso (la fusión del nuestro con el de Andrómeda), con una que otra mini galaxia “satélite” – un residuo – dando vueltas alrededor.

Un buen ejemplo de este escenario del futuro lejano (Uno que no debería preocuparnos para nada. La Tierra tiene muchos asuntos más urgentes en su horizonte), es M87 – una galaxia elíptica gigante a unos 60 millones de años luz de nosotros, sin duda el resultado de numerosas colisiones de proporciones realmente épicas. Aunque tiene unos 120 mil años luz de diámetro (no mucho más que nuestra Vía Láctea), su forma casi perfectamente esférica la lleva a contener muchísima más masa: Hay más de 3 millones de millones de masas como la de nuestro Sol allí adentro. Adicionalmente, su agujero negro central es uno de los más activos que han sido observados, acelerando – como en un remolino – a todo el material circundante a velocidades relativisticas (cercanas a la de la luz), disparando un flujo que recorre más de 5000 años luz de distancia antes de dispersarse. Trayéndolo a casa: este río de partículas podría recorrer nuestro sistema solar 2,500 veces de punta a punta (incluyendo las áreas exteriores inexploradas). En la imagen pueden observarlo en detalle, cortesía del Telescopio Espacial Hubble.

En los anales del tiempo y el espacio, nuestro planeta bien puede parecer una mota de polvo inconsecuente. Bajo cualquier criterio amplio, lo es. Y sin embargo, aquí estamos, discutiendo y entendiendo colisiones galácticas a millones de años luz de distancia.

Nada mal para unos recién llegados del cosmos.

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