Desde que salí del país en donde crecí, y comencé a viajar con frecuencia por razones laborales, la aplicación de Google Maps se me ha vuelto una herramienta de valor incalculable. Tengo edad para recordar cómo era no contar con nada similar durante los viajes (en mi niñez), y depender completamente de las direcciones de las personas locales y los mapas impresos. Gracias a esta tecnología, debo decir que hace ya varios años que no sé lo que es estar perdido en una ciudad – aunque sea mi primera vez allí.
La herramienta también resulta bastante útil para hacer “turismo virtual”. He pasado más horas de las que estoy dispuesto a admitir recorriendo otras ciudades con el “Street view”, o admirando la complejidad de sus calles desde las alturas. Aunque sea una vista estática, de alguna manera siento que puedo entender un poco de lo que pasa en esas calles, donde cada persona es una historia única de la que probablemente nunca sabré nada, a excepción de por esa fotografía movida donde aparece viendo el reloj, caminando con prisa hacia algún destino que para siempre será un misterio.
Más allá de estas implicaciones sociales – de la manera como este esfuerzo tecnológico nos puede permitir entendernos como seres humanos – está una funcionalidad que recién descubrí en la aplicación (la razón por la cual les estoy hablando de esto). No se desde hace cuánto es posible – se que no siempre fue así – pero actualmente puedes alejar tu punto de vista hasta ver una visualización de La Tierra en tiempo real, con información climática actualizada. La imagen es realmente preciosa, reminiscente de las famosas fotos de nuestro planeta que envían las naves que exploran diferentes puntos del sistema solar (sobre todo las de las misiones Apolo desde la Luna). Les recomiendo que le den una ojeada cuando tengan oportunidad: maps.google.com.
Con todo lo que me ha ayudado esta aplicación en el pasado a ubicarme con una precisión de apenas metros, me parece que nunca lo había hecho tan efectivamente como ahora.
Estoy en casa.