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1208727_426661640787343_259316600_nCamila no ha parado de dormir desde que llegó, profunda pero incómodamente. A veces llora para expresar esto último. Hay mucho a lo que tiene que acostumbrarse sobre este universo al que está recién llegada: La luz le molesta, el frío le es ajeno, los ruidos la alarman, le cuesta alimentarse y hasta respirar. Su gran cerebro la ha obligado a salir del útero materno con muchas menos herramientas de las que tienen otras especies de mamíferos al momento de su nacimiento (la mayoría de los cuales ya son capaces de caminar apenas minutos después). Sin embargo, ese cerebro – cuyo peso aún no puede sostener sin ayuda – es su mayor ventaja; puede llevarla a dónde quiera, siempre que los que la rodeamos le brindemos la oportunidad de emprender el viaje.

Un ser humano recién nacido en este punto azul pálido es quizá la mejor representación de lo que todos somos en el fondo: novatos del cosmos. Sin previo aviso, nos encontramos un día en medio de un universo inimaginablemente complejo – pataleando y gritando – luchando por entender hasta lo más básico de lo que nos rodea; un proceso que nunca termina. En buena medida, pasamos todas nuestras vidas como Camila pasará sus primeros años: incrementando poco a poco el tamaño de la isla de conocimiento en la que habitamos, mientras la costa se extiende también proporcionalmente, dejándonos ver cada vez más del océano de nuestra ignorancia.

Quizá lo más mágico de un ser humano “nuevo” es su potencial. Sin importar los prejuicios que podamos tener los adultos que la rodeamos, las ideas que defendamos y las opiniones que expresemos, Camila no sabe a quién debe odiar. Ella no entiende de “normalidades” o “rarezas”, ni de las buenas costumbres morales que toda mujer debe respetar. Camila no sabe en qué país vive ni quién murió para establecer sus fronteras. No sabe a qué dios le rezan sus padres ni por qué es mejor que el dios de la calle del frente. Ignora completamente que viajamos por el espacio a más de 100 mil km/h en el tercer planeta desde el Sol, parte minúscula de una galaxia entre miles de millones. De inicio, todas las opiniones le serán válidas – todas las mentiras parecerán verdades, y lo contrario. Para esta niña, todos somos iguales, sin importar de qué lado de la guerra estemos.

El cuerpo se estremece ante la realización de lo que tal responsabilidad representa. Un nuevo punto de vista se une a nuestro mundo y depende de nosotros que logre ver más allá de nuestras propias limitaciones. En la escala de las épocas humanas, no le llevo mucha ventaja a esta sobrina que hoy se une a mi familia, pero trataré de hablar con ella, y contarle sobre el cosmos y la sociedad, con la esperanza de que sea ella – y su generación – la que termine enseñándome el camino al futuro.

Estoy lejos de considerarme un gigante, pero con gusto la llevaré sobre mis hombros.

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