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Cuando se trata de buscar vida extraterrestre en los planetas que giran en otros sistemas solares, no nos sobran las opciones. Están tan lejos que necesitaríamos telescopios enormes (su diámetro se mediría en años-luz) para poder sacarles una fotografía directa, y nuestras naves más veloces tardarían decenas de miles de años en alcanzar apenas las estrellas más cercanas. En lo que respecta a estos “exoplanetas”, solo nos queda tratar de deducir su composición atmosférica – aislando y analizando la luz que reflejan de su estrella – para determinar por medio de la espectrometría qué elementos químicos están presentes. De esta forma, podríamos detectar gases que sabemos suelen estar asociados a la acción metabólica de la vida – los llamados “biomarcadores atmosféricos”. Se está comenzando a tener algo de éxito con esta aproximación, y no está fuera de lugar pensar que pronto – a medida que las técnicas mejoran y se recopila más data – podamos deducir con gran precisión los gases que están presentes en la atmósfera de cualquier planeta que ubiquemos en el cosmos. Un logro realmente magnífico de la astronomía.

Aún así, ¡qué bueno sería poder visitarlos!

Afortunadamente, tenemos varios mundos en nuestro propio vecindario que están pidiendo a gritos una visita en busca de vida, y es plenamente factible hacerlo a un nivel técnico, mediante el uso de naves no tripuladas. Europa, Encélado y Titán – todas lunas de los gigantes gaseosos – ofrecen ambientes marinos dinámicos que bien podrían ser el hogar de algún ecosistema oculto. Incluso Marte – nuestro vecino rojizo – es uno de los lugares más benignos del sistema solar (después de cualquier sitio en La Tierra, claro está), y uno de los principales candidatos para ser huésped de vida extraterrestre, al menos microbiana. Varios emisarios robóticos se han enviado a explorar su superficie con la intención de aprender sus secretos (tan importantes para incrementar la comprensión de nuestro propio hogar planetario), siendo el más reciente el famoso Curiosity, cuyos últimos reportes han generado una interesante controversia sobre este tema.

Sucede que el rover reporta no haber hallado el más mínimo rastro de gas metano en sus análisis de la atmósfera marciana – un compuesto considerado por muchos como uno de los mejores predictores de la existencia de vida (en La Tierra, se piensa que alrededor del 95% del metano ha sido originado por seres vivos). No es un resultado a tomar a la ligera. El Curiosity es un laboratorio altamente sofisticado capaz de detectar una partícula en mil millones. Si dice que no hay metano en su medición, más vale hacerle caso. Pero no todos están de acuerdo en cómo interpretar este resultado.

Hace algunos años, un grupo de investigadores usando espectrometría (la técnica que se usa en los exoplanetas) dedujo que había grandes flujos de metano en el planeta rojo, pero que éstos se dispersaban en la atmósfera rápidamente (más de 100 veces más rápido de lo que uno esperaría dada la vida media de una molécula del compuesto), sin embargo no han propuesto bajo qué mecanismo esto podría ocurrir. El equipo del Curiosity está – como pueden imaginar – en franco desacuerdo con la idea de que pudiese haber metano y el rover no lo haya detectado. Claro, ambos coinciden en que la presencia o ausencia del gas altera las probabilidades de que haya vida en Marte, pero no es totalmente concluyente. De no existir el gas, solo estaría descartada la vida que lo produce, y aquí mismo en La Tierra tenemos ejemplo de biología que no lo hace.

Al final, esta clase de argumentos, basados en el discurso racional guiado por la evidencia – lejos de ser negativos – son el motor que mantiene a la ciencia honesta; siempre avanzando hacia las verdades más profundas del universo. Puede que ambos lados tengan razón, y simplemente desconozcamos algún proceso químico que opera en Marte para causar lo que observamos. Como en todos los casos, será la evidencia la que eventualmente nos revele los misterios del comportamiento natural.

Mientras tanto, a seguir explorando.

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