Con los reportes recientes del rover Curiosity sobre la aparente ausencia de gas metano en el planeta Marte (uno de los gases más asociados con la existencia de vida), muchas personas han comenzado a dirigir la mirada hacia las otras posibilidades que ofrece nuestro sistema solar para la ubicación de “exo-biología” (aunque la ausencia de metano no significa obligatoriamente que no hay vida en el planeta rojo, si podemos afirmar que baja las probabilidades).
Por supuesto, la exploración de nuestro vecino continuará mientras se confirman o niegan estas conclusiones, pero no está para nada fuera de lugar que vayamos considerando seriamente las otras opciones del vecindario. Para muchos, Europa – la 6ta luna de Júpiter – es el destino principal que deberíamos tener en mente para la caza de vida (el astrofísico Neil deGrasse Tyson lo menciona a cada oportunidad que se le presenta), y con buena razón: Europa probablemente oculta bajo su gruesa capa de hielo un océano global más profundo que cualquiera de los que tenemos acá en La Tierra, y los últimos modelos matemáticos sugieren que la interacción gravitacional con Júpiter y las otras lunas probablemente lo ha mantenido líquido por miles de millones de años. Enviar un taladro (o un proyectil muy rápido) a penetrar ese hielo será sin duda una buena inversión.
Sin embargo, me gustaría también dirigir su atención a ese pequeño mundo que pueden apreciar en la imagen. Se trata de Encélado, la 6ta luna de Saturno, tal y como pudo capturarla la sonda Cassini hace unos meses. Este pequeño satélite – no mucho más grande en extensión que España – puede no ser tan famoso, pero se trata de una maravillosa fuente de agua líquida, ligeramente salada, llena de compuestos orgánicos, que se eleva en columnas enormes hacia la oscuridad del espacio (ayudando en buena parte a formar los anillos de Saturno). Son geisers de otro mundo, testigos cósmicos de esa actividad interna que hasta ahora nos es secreta.
Por supuesto, este chorro de partículas solo es visible cuando el Sol está oculto del otro lado de la pequeña luna con respecto a la cámara, de manera que la luz llegue de frente por el horizonte. Eso indica que la iluminación que observamos en la cara del satélite es la reflejada por el propio Saturno, hermosamente amplificada por la gran reflectividad de la superficie blanca de Encélado.
Esta pequeña bola de nieve que flota entre los planetas es una muestra de lo irrelevante que se presentan ante el universo los convencionalismos sobre dónde es posible la vida (aunque puedan resultar útiles en ocasiones). Puede que no esté a la “distancia correcta de su estrella”, pero Encélado bien podría ser el recipiente más cercano a nuestro planeta de eso que tanto buscamos: vecinos celestiales.