Una visión científica

0

Como bien lo decía Carl Sagan, la ciencia es mucho más que un cuerpo de conocimiento -es una manera de pensar; una forma de dialogar con la naturaleza que está especialmente diseñada para minimizar la posibilidad de que nos engañemos nosotros mismos con respecto a su funcionamiento. Y no es de extrañarse: el método científico no es más que la especialización del proceso bajo el cual cualquier ser vivo puede adquirir información confiable sobre sus alrededores: ensayo y error – empoderado por la capacidad humana para la ejecución de esos ensayos en la seguridad del abstracto de nuestras propias mentes, lo que nos permite generar hipótesis y ponerlas a prueba con un nivel de precisión extraordinario.

Esta visión científica nos obliga a conformar nuestras opiniones en función de la evidencia que el cosmos nos provee, manteniéndonos siempre conscientes de la incertidumbre que acarrea el posible descubrimiento de nueva información. Claro está, esto no es una licencia para creer que “todo es posible” sin importar lo que ya sepamos – hacerlo sería una inocentada incoherente con el comportamiento bien definido y (en gran medida) predecible del universo. Sin embargo, es esta clase de pensamiento, seguro pero excitable, el que separa a las personas de mente cerrada – aquellos que afirman orgullosos tener una opinión inamovible sobre algún tema, normalmente basada en información incompleta, falaz o engañosa; evidencia débil o inexistente; y que son incapaces de evaluar honestamente cualquier otra visión – de esos que tienen una mente plenamente abierta: aquellos que (aunque basemos nuestra opinión en la mejor evidencia científica a nuestra disposición) estamos siempre dispuestos a escuchar las propuestas alternativas serias, reconociendo la clase de evidencia bajo la cual estaríamos dispuestos a aceptar que estamos equivocados, corrigiendo nuestro discurso; incluso estando agradecidos por haber podido aprender un poco más sobre el cosmos y la sociedad.

Esta honestidad intelectual es un pilar inseparable del proceso científico. Un balance entre la rigurosidad en el escrutinio escéptico de todas las ideas, y una capacidad casi infantil para imaginar nuevas posibilidades dentro de las reglas (bastante amplias e interesantes) que el universo ya nos ha revelado. Solo así podemos separar la verdades últimas de los sin sentidos pasajeros.

Cuando tienes esta visión científica, el mundo es un lugar muy diferente. Los charlatanes pierden su poder, los habladores su encanto. Reconocemos las acciones de los otros por sus propios méritos; y caemos en cuenta de la responsabilidad que significa nuestra posición en la inmensidad del espacio y el tiempo.

Es cierto que la ciencia nos ha dado la electricidad, las vacunas, el iphone y la goma de mascar – así como las bombas nucleares y las armas químicas – pero debemos reconocer que éstos son solo reflejos de la ambición humana, a veces positiva en su naturaleza, pero también guiada en ocasiones por pensamientos desafortunados, que no sobrevivirían a la clase de razonamiento que posibilita la creación de la tecnología con la que se promueven. El valor real del proceso es permitirnos entender, con toda la responsabilidad que eso implica.

Aquí en “Sobre Hombros de Gigantes” valoramos todos los aspectos de esta manera de entender la realidad – de esa “perspectiva cósmica” – y eso no nos permite ser ambiguos con respecto a que algunas opiniones están francamente erradas (es decir, son contrarias a lo sugerido por la evidencia). Somos firmes en esto, con la esperanza de que nuestros lectores aprecien siempre esta honestidad, incluso cuando estén en desacuerdo con nuestras afirmaciones. Cuando ese sea el caso, dado que los argumentos en contra estén basados en la realidad, estaremos siempre abiertos al debate. Tales conversaciones solo enriquecen nuestra comprensión de la naturaleza.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.