De tener que elegir un planeta favorito, dudo que algún ser humano se aventurara con otro que no sea La Tierra. No solo es precioso visto desde el espacio; por supuesto, también es el lugar que nos vio evolucionar desde las formas de vida más primitivas hasta lo que somos ahora. Naturalmente, es uno al que estamos muy bien adaptados, y las incomodidades no se hacen esperar cuando nos alejamos de su ámbito de influencia.
“Incomodidades” -en este caso- queriendo decir “muerte”, invariablemente, dada cualquier cantidad de tiempo sin la protección adecuada.
Aún así, podemos apreciar a nivel estético las hermosas esferas que nos acompañan por el vacío, por más poco recomendable que resulte darse un paseo extendido por la mayoría de ellas. Los desiertos marcianos tienen una cierta cualidad melancólica, escrita en las rocas, en el polvo y en el viento, que somos capaces de reconocer (quizá amplificada por los robots solitarios que merodean por esa superficie rojiza). Igualmente, observamos que las densas – y aparentemente pacíficas – nubes venusianas en realidad esconden un infierno volcánico interior como si de una ira reprimida se tratase; tan parecido, pero a la vez tan diferente de nuestro hogar azulado.
Robándose un poco el espectáculo encontramos siempre a Saturno, el señor de los anillos (de nuestro sistema solar). Aunque puede distinguirse a simple vista en el cielo – y por tanto ya había sido identificado por nuestros antepasados prehistóricos – no fue sino hasta el siglo 17 que Galileo pudo observar por primera vez sus magníficos anillos, confundiéndolos con dos lunas que acompañaban al gran planeta. Se requirió un telescopio de mayor alcance, usado por Christian Huygens, para reconocer que se trataba de anillos: pequeños fragmentos de material que seguían una órbita ecuatorial alrededor del planeta.
Esta increíble fotografía es el resultado de que la sonda Cassini se esté volviendo un poco más aventurera en su misión, permitiéndose órbitas y ángulos un tanto más interesantes. Al salirse del plano ecuatorial, ha podido capturar al planeta gaseoso, y sus anillos, en un esplendor al que no tenemos acceso cuando lo vemos desde La Tierra, pues la perspectiva de la que gozamos no es la adecuada. Fueron 36 fotografías en filtros de color básico (rojo, verde y azul), sintetizadas por el astrónomo “amateur” Gordan Ugarkovic en esta imagen histórica, con un detalle que dispara la imaginación.
Con facilidad podemos distinguir la tormenta hexagonal del polo norte, las bandas de nubes atmosféricas que giran a diferentes velocidades, e incluso un poco del lado nocturno del planeta, no alumbrado directamente por el Sol, sino por la luz que se refleja de los cristales de hielo que conforman sus anillos.
Se hace aún más significativa esta bola de hidrógeno y helio, de 9 veces el radio de La Tierra, cuando consideramos que ha estado alimentando nuestra imaginación, poblando nuestras noches, desde tiempos inmemoriales. En la antigüedad pensaban que se trataba de un dios que nos observaba desde las alturas. Actualmente, aunque ya sabemos qué es en realidad, seguimos totalmente asombrados por su incomparable belleza.