Todos lo entendemos: la búsqueda de vida extraterrestre requiere de algún tipo de criterio identificador que la haga factible. Aunque reconocemos que es posible que en otros mundos los organismos vivos tomen formas que nos resulten incomprensibles a los humanos – o que estén hechos de compuestos químicos exóticos que para nosotros sean venenosos – lo científico (y lo único que resulta verdaderamente útil) es buscar algo similar a lo que ya conocemos: vida basada en carbono, habitantes de atmósferas de nitrógeno y oxígeno, dependientes de abundante agua líquida.
Esto viene dado porque cuando consideramos los tipos de mundos que pudiesen estar habitados alrededor del cosmos, solo caben dos posibilidades:
1) La Tierra es un caso común (la vida terrestre es una muestra representativa de la vida en el universo)
2) La Tierra es un caso raro (la vida terrestre es muy diferente de la vida que es común en el universo)
Dado que nuestro planeta es el único con vida que conocemos hasta el momento, no podemos saber cuál de estos planteamientos es cierto, pero sí nos es posible afirmar que – por definición – el primero es más probable. Si solo se cuenta con una única observación de un fenómeno (en este caso, la vida basada en carbono y agua), lo correcto es asumir que estamos en presencia de algo común, y no de una rareza. Asumir lo contrario es asignar significancia artificialmente, solo porque hemos sido nosotros los que lo hemos presenciado. En otras palabras, ganarse la lotería puede lucir como un evento muy especial para el afortunado, pero todos los días hay miles de ganadores alrededor del mundo.
Es algo que el mismo universo nos sugiere, ya que no parece casualidad que estemos hechos de los elementos más comunes (por mucho) en el cosmos – hidrógeno, oxígeno, carbono, nitrógeno – siendo el carbono el elemento más fértil químicamente (más propenso a combinarse con otros) de toda la tabla periódica. ¿De qué otro elemento es más probable que se forme la vida? Quizá si estuviésemos hechos a base de uranio pudiésemos entretener la idea de que nuestra configuración es única en el universo.
Aún así, dentro de este marco de referencia (tan reducido en apariencia), el universo demuestra una enorme versatilidad en las posibilidades. Fácilmente podemos imaginar mundos más lejanos de su estrella que el nuestro, pero con atmósferas mucho más densas, dueños de un efecto invernadero que les garantiza el calor necesario para el agua líquida, en la superficie o en acuíferos subterráneos. También existirán aquellos calentados por el estrés gravitacional de un planeta cercano (como es el caso de la luna “Europa”, en nuestro propio sistema solar), que hayan podido producir un ecosistema a partir de actividad volcánica, sin necesidad de tener un gran Sol brillando en su cielo. Algunos estudios publicados en Nature van aún más lejos, sugiriendo mecanismos químicos factibles para que un planeta que haya sido expulsado de su sistema solar – por efectos gravitatorios caóticos – pueda retener el calor de su atmósfera, y mantener océanos con vida estable, mientras viaja solitario por la noche perpetua de la galaxia.
Cualquiera sea el caso, es muy posible que estemos por ubicar otro mundo con vida, ya sea cerca o lejos de nuestro hogar planetario. La pregunta de cómo reaccionará la especie humana ante este descubrimiento trascendental depende de cada uno de nosotros, y resulta bastante más difícil de predecir.