La noche es silenciosa. Puede que nuestras ciudades enmascaren en ocasiones esta realidad natural, con la electricidad alumbrando artificialmente la penumbra, pero no hay vecinos tan ruidosos, ni perros que ladren tan alto, como para ocultarla por completo. En la sabana africana en la que evolucionamos, el viento nocturno que abatía el pasto era el disfraz de la muerte, que acechaba en la forma de depredadores hábiles para los cuales la noche representaba una gran oportunidad. Por encima de todo aquel drama de la selección natural, las estrellas del firmamento – brillando mudas, observando el desenlace de todas las historias.
No es de extrañar que el vacío del espacio nos resulte también incómodo, más allá de todas las dificultades que sabemos enfrentaremos al decidir explorarlo. En toda esa inmensidad, repleta de soles incandescentes y agujeros negros voraces; con explosiones de rayos gamma pulverizadoras y distancias que nos hacen sentir como bacterias – o más pequeños aún – lo que realmente aterra es la (aparente) soledad. Por eso nuestra ciencia ficción más celebrada suele poblar cada rincón de la galaxia con especies amigas; y hasta enemigas (incluso eso es mejor que la nada). Algo en nosotros necesita saber que no estamos tan solos; que no somos la única isla de consciencia que flota perdida en la eternidad.
Por eso nuestros telescopios penetran la noche – la vida busca vida. De entre todos ellos, fue el telescopio espacial Kepler (ahora inoperante debido a un fallo irreparable en uno de sus mecanismos de rotación) el que más cambió nuestra percepción del universo. Hace 20 años nuestro sistema solar tenía 9 planetas, y ninguno existía fuera de sus fronteras. Ahora tenemos solo 8 planetas principales internos, y más de 3000 posibles candidatos a planetas – digamos, señales sospechosas – girando alrededor de otras estrellas. Puede que los días de Kepler investigando los cielos hayan llegado a su fin, pero la información que recopiló tendrá ocupados a los astrónomos por muchos años. El universo cambió indiscutiblemente ante su mirada.
El trabajo de análisis observacional y estadístico ya está en proceso, y un estudio reciente publicado en PNAS (Procedimientos de la Academia Nacional de la Ciencia – USA) nos da muchas razones para sentirnos optimistas sobre la existencia de vida allá afuera. A través del desarrollo de un algoritmo, y la refinación del mismo con señales intencionalmente falsas de planetas, un equipo de la Universidad de Berkeley y la Universidad de Hawái ha estimado que alrededor de un quinto de las estrellas como el Sol tienen un planeta del tamaño de La Tierra, orbitando a la distancia correcta para tener agua líquida en su superficie. Estas estrellas representan aproximadamente un quinto de las 200 mil millones que iluminan la galaxia, resultando en unos 8 mil millones de planetas como nuestro punto azul pálido, solo en la Vía Láctea. Más planetas como el nuestro de lo que hay seres humanos en el mundo.
Es una estimación muy sólida que realmente dispara la imaginación, aunque todavía existan incógnitas misteriosas como qué tan fácil es la formación de la vida cuando las condiciones están dadas. Aún con toda la incertidumbre, hay esperanza de que pronto tengamos respuestas más precisas. Dado este estimado, probablemente habría otro planeta como el nuestro a no más de 12 años-luz de distancia. Prohibitivo para un viaje, pero no demasiado lejos como para fotografiarse, dada la tecnología adecuada. Comienza un nuevo día en la astronomía ante estas noticias, y es bastante posible que no seamos los únicos que estemos disfrutando de este amanecer galáctico de miles de millones de soles parpadeando en la distancia.
Quizá la noche no sea tan silenciosa, después de todo.