Como el Sol

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La Tierra continúa su giro inclemente, y el domingo se te escapa de las manos como el agua entre los dedos. Más pronto que tarde será lunes, y tendrás que moverte de nuevo. Ante la idea de levantarte e ir al trabajo/escuela, enfrentar tus responsabilidades, lidiar con el tránsito y emitir palabras entendibles – portadoras de ideas coherentes – al resto de tus compañeros humanos, tu cuerpo se estremece. Te preguntas si tus extremidades recordarán cómo reaccionar ante los impulsos eléctricos emitidos por tu cerebro, permitiéndote usar pantalones de verdad, y salir a la calle a ganarte el pan de cada día. Consideras bastante posible que tus ojos hayan perdido la capacidad de soportar el brillo frontal de la estrella alrededor de la cual orbita nuestro planeta, tu retina atrofiada por todo un día de pereza dominguera.

Tranquilízate. Quizá no seas la única persona en esta situación. Más allá del par de puertas que los separan, puede que el vecino sufra de esos mismos pensamientos fatídicos, y se pregunte igual si se trata tan solo de él. Más aún, es enteramente posible que cada ser humano del mundo experimente tu sentir – que de alguna manera sea intrínseco a esos genes que todos compartimos.

Lo cierto es que esta flojera (o el “gusto por la inactividad” como prefieres llamarla) no parece tener problemas trascendiendo la barrera de la especie. Como un virus asesino de la más alta peligrosidad, ha sido capaz de saltar hacia el perro con aterradora eficacia, manteniéndolo en ese mismo lugar del suelo, boca arriba, durante toda la tarde – recibiendo la suave brisa que entra por la ventana, con la lengua afuera. No es de extrañarse que tal contagio sea posible. Humanos y perros compartimos alrededor del 75% de nuestro ADN. Sin embargo, él no tiene mucho de qué preocuparse. Su itinerario de mañana no es demasiado diferente.

A veces, quisieras ser el perro.

También hay que considerar la posibilidad de que no se trate tan solo de una tendencia genética hacia la apreciación de este tiempo “de gracia”. No es totalmente descabellada la noción de que esta inhabilidad para levantarte y hacer algo útil bien pueda ser culpa de alguna característica fundamental de la naturaleza (¡terror!); de partículas y campos, de vacíos y rellenos – todos conspirando contra tu productividad. Que la pereza sea un componente intrínseco del cosmos, inexplicable en términos de la ciencia moderna, como el valor de la masa del electrón o la energía del espacio entre las galaxias.

Tiene sentido… Eso explicaría por qué hasta el Sol ha estado desempeñándose por debajo de las expectativas de los astrónomos durante su ciclo de trabajo actual. Indudablemente, te sientes muy identificado cuando escuchas que nuestra estrella – que contiene los mismos elementos que te conforman – ha estado produciendo menos de la mitad de las manchas solares y actividades magnéticas que se esperaban, según su promedio de actividad en los últimos 250 años. Los científicos deberían analizarte, como lo hacen con el Sol para entender por qué su ritmo ha bajado tan drásticamente – algo no visto desde hace más de 100 años.

Sí, eso lo explica todo. Eres como el Sol; un reactor nuclear gigante de productividad ilimitada que irradia energía por donde quiera que pasa, pero que – de vez en cuando – requiere un descanso.

Mejor no preocuparte demasiado. Ya amanecerá mañana, y entonces veremos.

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