Cuando consideramos la inimaginable cantidad de tiempo que ha pasado desde entonces (especialmente contrastado con una vida humana promedio), se hace realmente sorprendente lo mucho que sabemos sobre el pasado remoto de nuestro planeta: su formación y desarrollo temprano – esa época en la que no lucía demasiado diferente de las rocas inhóspitas que pueblan nuestro sistema solar.
Las pistas están en todos lados, por supuesto, ocultas entre líneas que susurran las sutilezas de la historia natural: la mineralogía de las rocas, la composición de los océanos y la atmósfera -inclusive- el ADN de las criaturas que habitamos el planeta. La Tierra no se siente cómoda revelando su pasado, ni su venerable edad, pues todo en ella se mueve y evoluciona; todo se combina, y separa, y diluye, causando que se pierdan los detalles de eventos que transcurrieron mucho antes de que el ser humano caminara estos paisajes.
Por eso resulta siempre tan emocionante cuando encontramos sitios aislados, donde la química original se conserva ajena a los procesos naturales terrestres – donde todavía hay testigos de un planeta que hace mucho dejó de existir. Las rocas más antiguas encontradas hasta el momento datan de hace aproximadamente 4,280 millones de años – no mucho después de la formación de nuestro mundo, cuando aún se trataba de un infierno volcánico en bombardeo constante de asteroides y cometas. Su conservación hasta nuestros días es realmente extraordinaria, debido a que La Tierra es un planeta dinámico -su superficie se recicla cada tantos millones de años con roca “nueva” del manto, lo cual dificulta mucho los hallazgos de esta magnitud.
Mucho más complicado es encontrar agua líquida de la época, siendo más propensa a combinarse que cualquier sólido. Aún así, reconocemos, en el agua está la clave del pasado: la vida muy probablemente surgió en los océanos y cualquier pista de su composición en la antigüedad bien pudiera llevarnos a entender el mayor misterio de la biología -el surgimiento de la primera molécula auto-replicante.
En el 2013 se dio un paso importante en esta dirección, con el descubrimiento de un yacimiento de agua encerrada a 2 kilómetros y medio de profundidad en Ontario, cuya química delató unos 2,600 millones de años de aislamiento. Es decir, esta agua corría por nuestro planeta antes de que existiera la vida multicelular – es la lluvia de un mundo olvidado.
El misterio del origen de la vida se siente por momentos monumental e incomprensible, pero el aire corre a nuestro favor con hallazgos como éste; así como la esperanza de que pasajes subterráneos en otros planetas (como Marte) puedan contener también agua líquida, y ser el escenario de historias que esperan ser contadas.