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Suena totalmente fantasmal. Se trata de materia -partículas no demasiado diferentes de las que nos conforman a cada uno- en cantidades tan enormes que resultan suficientes como para estabilizar el giro caótico de las galaxias, atando sistemas solares enteros en un lazo gravitacional inmenso. Materia que está en todas partes, todo alrededor, fluyendo a través de mis manos mientras escribo estas palabras – materia oscura.

Y sin embargo (a pesar de lo esotérico) está allí, delatando su existencia en la escala astronómica, doblegando el universo a su voluntad. Las galaxias siguen su ritmo en la danza cósmica, la trayectoria de la luz se distorsiona ante su presencia -de otra forma indetectable. Pero, ¿qué es la materia oscura? ¿Qué clase de partícula es capaz de ejercer tal gravedad, pero interactuar tan débilmente con la fuerza electromagnética que nos permitiría verla y tocarla? Existen varios posibles candidatos – en el modelo cuántico de nuestro universo – y la carrera por detectar el primero es una de las más emocionantes de la cosmología moderna.

Varios equipos científicos alrededor del mundo (y fuera de él) han extendido sus redes de última tecnología, queriendo atrapar lo intangible, y el año 2013 fue particularmente productivo con noticias y resultados – si acaso algo contradictorios. Por un lado, el experimento AMS realizado en la Estación Espacial Internacional notaba flujos de electrones y positrones viniendo del centro de la galaxia (el posible resultado de partículas de materia oscura colisionando unas con otras), pero se quedaba corto para afirmar con seguridad que no se trataba de estrellas de neutrones causando el mismo efecto. Así mismo, varios otros equipos dijeron detectar posibles rastros de la elusiva sustancia, siempre con dudas, en espera de confirmación por parte de sus colegas.

En octubre, todos esperaban atentos los resultados que publicaría LUX – probablemente el detector más sensible del mundo – confirmando los resultados de algunos y decepcionando a otros. Sin embargo, luego de 100 días continuos de esperar una colisión en sus gigantescos tanques de xenón, las noticias resultarían aún más interesantes de lo que esperábamos: nada – ni una sola señal en los rangos de energía en los que otros decían haber hallado algo. La trama se complicaba inmensamente con la publicación, dejando perplejos (y escépticos) a los investigadores, y colocando el futuro de la física en las manos de aquel que logre arrancarle a la naturaleza la respuesta a uno de los mayores misterios de la ciencia moderna.

Tales contradicciones y enfrentamientos de ideas son una muestra perfecta de lo que hace a la ciencia un proceso tan fascinante. La verdad nunca es evidente, y el universo definitivamente no la entregará sin luchar. Nuestros deseos y expectativas – aunque suelen guiar nuestras acciones – nada tienen que ver con la búsqueda honesta de conocimiento; y recae sobre cada uno de nosotros – en un laboratorio o en nuestra vida personal – la responsabilidad de separar lo que es cierto de lo que nos hace sentir bien. Solo así podremos acceder a la realidad de la que formamos parte.

Con respecto a la materia oscura, nos quedamos por lo pronto con la emoción de la pregunta en sí, y esa sensación inescapable de que hay algo escondiéndose en los rincones – burlándose de nuestros sentidos.

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