Un nuevo miembro de la familia

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Con todo lo sorprendente que resulta la vida como fenómeno químico, y aún tomando en cuenta lo misterioso que aún hoy continúa siendo su origen exacto, no sería descabellado afirmar que su aspecto más curioso es lo inconmensurablemente común que es en nuestro planeta – especialmente contrastado con su notable ausencia en el resto del sistema solar, quizá del universo entero (por más improbable que parezca hoy).

La Tierra bien merece el adjetivo de “planeta vivo” cuando consideramos la inmensa diversidad de especies que lo habitan; aunque sean tan solo una fracción de todas las que han existido en su larga historia. Desde los protozoos unicelulares hasta las ballenas jorobadas, pasando por todos los tamaños intermedios, no puedes voltear un piedra, hacer un agujero o sumergirte en algún cuerpo de agua sin encontrar miles de criaturas (muchas más microscópicas que las que puedes ver) escapando en todas direcciones, reprendiendo tu curiosidad con su rechazo – al menos las que pueden moverse en tu escala.

Como habrán notado todos los que alguna vez hayan encendido la luz de su habitación, solo para encontrarse cara a cara con algún insecto monstruoso que no parece de esta Tierra, es una tarea sumamente difícil catalogar a todos los vecinos que comparten con nosotros este punto azul. Como regla general, mientras más pequeños son, más diversidad de especies podemos esperar entre los habitantes de este planeta (pues nacen en tales cantidades que la naturaleza tiene mucha variabilidad con la cual producir ramificaciones); pero incluso entre los animales grandes y visibles – como mamíferos y aves – pueden surgir sorpresas de vez en cuando.

Tal fue el caso el año pasado, cuando se identificó un nuevo mamífero carnívoro en el continente americano, por primera vez en los últimos 35 años. El pequeñín de la imagen – designado “Olinguito” – pertenece a la familia de los mapaches y había escapado a la clasificación debido a su hábitat remoto en la zona boscosa de Los Andes entre Ecuador y Colombia, y a su parecido con otras especies de olingos (pequeños mamíferos carnívoros que viven en árboles) – con quienes ya se le había confundido en el pasado. Fue un análisis meticuloso de su ADN y características anatómicas el que finalmente descubrió que se trataba de una nueva especie.

Encontrar un nuevo tipo de insecto, o inclusive de anfibio, es un evento relativamente común en la ciencia moderna; pero un mamífero desconocido – más aún uno carnívoro – resultó una verdadera revelación en la biología, al punto en que algunos expertos opinan que probablemente sea la última criatura de este tipo que permanezca oculta (luego de siglos de catalogarlos). Claro, esto no quiere decir que estemos siquiera cerca de terminar la faena. Actualmente se conocen alrededor de 1,2 millones de especies en nuestro planeta – tan solo un 15% de la cantidad que se estima -conservadoramente- que existen.

Estos números ponen aún más en perspectiva lo grandioso del hallazgo del olinguito; un primo lejano que pone rostro a lo inmenso de la responsabilidad que recae sobre nuestros hombros como única especie capaz de comprender la fragilidad del ecosistema del que todos dependemos. Así como las futuras generaciones de humanos, estos familiares peludos también cuentan con nosotros.

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