Si has estado leyéndonos por un tiempo, sabes que el descubrimiento experimental del bosón de Higgs – la partícula que otorga masa a todas las demás, permitiendo la formación de los átomos – nos parece absolutamente genial. No se trata tan solo del resultado de 50 años de trabajo intelectual, incluyendo la construcción de la que es quizá la mayor obra de ingeniería humana: el LHC; acarreando la entrega de un muy merecido premio Nobel el año pasado.
Lo que hace del bosón de Higgs un hallazgo tan especial es que concluye de forma maravillosa un siglo de formulación teórica, completando experimentalmente el modelo estándar de partículas que describe a nivel cuántico nuestra realidad inmediata – el marco de referencia que da sentido a todos los experimentos realizados en esa área en los últimos 30 años. Los misterios que aún permanecen son perfectamente cuantificables ante su aparición confirmada, y hacen referencia a los fenómenos de muy altas o muy bajas energías que – aunque asociados a algunas de las preguntas más trascendentales que podemos hacernos – no afectan nuestra experiencia diaria. Entendemos el mundo a un nivel realmente extraordinario, gracias al bosón de Higgs.
Parecía demasiado bueno para ser cierto.
Debo admitir que parte de mí quería que este año 2013, cuando los científicos acumularan aún más información sobre la nueva partícula, se descubriera que NO era el bosón de Higgs, tal y como se había teorizado. Me habría encantado el caso de que la partícula fuese de alguna forma distinta a lo esperado, con características extrañas que abrieran la puerta a nuevos mundos hasta ahora inexplorados. Después de todo, es de la ignorancia que nace la curiosidad.
No fue el caso. En Marzo del año pasado, los científicos del LHC confirmaron más allá de toda duda razonable que se trataba del bosón perdido de Higgs, tal y como era predicho en la teoría. La noticia fue una reafirmación muy personal del poder que ostentamos a través de la ciencia moderna. Aún nos quedan muchos rincones que explorar, pero verdaderamente hemos acumulado un conocimiento nada despreciable sobre nuestros alrededores, y la naturaleza fundamental de la realidad.
Al leerlo, me sentí con suerte de haber nacido en esta época en la que – aún con todos sus retos – tenemos la oportunidad de comprender tanto sobre nuestro lugar en la inmensidad del universo, y contextualizar un poco el breve tiempo que pasamos bajo la luz de la consciencia.
Higgs