Piensa por un momento en el mundo más desolado – el más inhóspito – que puedas imaginar para la vida. Un sitio donde ni la bacteria más resistente sea capaz de sobrevivir.
Anda. Yo espero.
No debería ser una labor demasiado complicada: la inmensa mayoría del universo cumple perfectamente con esa descripción. Ya sea que hayas imaginado un planeta rabiosamente volcánico como Venus, una roca congelada como Plutón, o te hayas ido al extremo visualizando las dificultades que enfrentaría la vida en la superficie de una estrella o flotando en el inmenso vacío entre las galaxias; lo cierto es que La Tierra – y cualquier mundo que se le parezca en todo el cosmos – es un oasis en medio del desierto. La cuna y refugio de incontables criaturas que luchan por adaptarse a su medio, compitiendo (directa o indirectamente) por la energía del Sol. Sin el filtro de nuestra atmósfera y campo magnético, esta energía sería insoportable, sin ella no existiríamos. Definitivamente, estamos en el lugar correcto (lo contrario sí que sería sorpresivo).
Otro factor nada despreciable de la posición de nuestro planeta en el sistema solar es la presencia de agua líquida; un líquido estable de fácil formación, que permitió el surgimiento de química compleja y que ahora forma parte esencial de todos los organismos vivientes – sin excepción.
Tales dependencias nos llevan a ponderar qué condición será la más importante para la formación de la vida: la presencia de una estrella relativamente cercana como fuente de energía constante; o el agua líquida – el medio para la interacción de las moléculas orgánicas.
La respuesta a esta interrogante tiene implicaciones profundas en la búsqueda continua por una segunda muestra biológica en el universo – dígase: vida extraterrestre. ¿Deberíamos buscar exclusivamente en mundos que cumplan todas las condiciones que resultan normales en La Tierra? ¿O acaso deberíamos relajar el criterio, ampliando la red y con ella las posibilidades de éxito de esta noble empresa? A todas luces, la segunda opción parece ser la favorecida por el cosmos.
Aquí mismo en La Tierra, en los abismos oceánicos que no han recibido luz solar desde hace miles de millones de años, se ha hallado vida; sobreviviendo a partir de la energía residual de la formación de nuestro mundo: las chimeneas volcánicas. De igual manera, este año 2013, un nuevo descubrimiento nos confirmó todavía más lo resistente y adaptable que puede llegar a ser la vida.
Se trata del Lago Whillans, un espacio aislado desde hace miles de años de la atmósfera y la energía solar por una capa de hielo de casi un kilómetro, en el medio de la Antártida. Allí, en las profundidades – lejos de cualquier fuente energética evidente – científicos encontraron organismos unicelulares consumiendo dióxido de carbono, hierro, azufre y amoníaco. La regla se mantiene: donde hay agua líquida hay vida, invariablemente; al menos en nuestro planeta.
Pero el universo parece estar lleno de océanos enterrados. Tan solo en nuestro sistema solar, sabemos que Europa, Encélado y (posiblemente) Titán – mundos que flotan muy lejos de nuestro Sol – contienen agua líquida debajo de sus superficies heladas. Parece una muy buena apuesta afirmar que – al igual que en el Lago Whillans – probablemente allí también hay sorpresas increíbles esperando bajo el hielo.
Al final, nuestra imaginación es siempre pobre rival para las maravillas del universo.