Inmersos en el ajetreo de nuestras vidas, es fácil ignorar el contexto mayor. Aún no termina de sonar la alarma mañanera cuando ya nos estamos ahogando en un océano de pensamientos totalmente incontrolable: para alguna situación se nos hace tarde; algo se nos olvidó el día anterior; justo hoy es la fecha límite para ese pendiente que ya no se puede posponer.
La Tierra no es “el hermoso tercer planeta desde el Sol” cuando estás atrapado en el tránsito, tratando de recorrer una mil millonésima de su superficie; ni piensas en el Sol como “la estrella que nos provee de energía vital”, en esos días en los que no aguantas el calor. En esos momentos solo existen el trabajo, el semáforo, la gente en la estación, la ropa y los zapatos, el maletín, el celular y la libreta – la mayoría obstáculos en tu carrera por lograr al menos el 50% de lo que tenías planificado. No sabes cuál es la velocidad de rotación del planeta (unos 1,500 km/h), pero no te cabe duda de que va demasiado rápido – y de que acelera cuando te descuidas.
Es algo a lo que estamos acostumbrados (sobre todo los que vivimos en ciudades grandes), y muchos hemos aprendido a apreciar esos breves instantes en los que el universo nos recuerda que está allí, en los entretelones – el trasfondo magnífico de todas las historias. Puede que lo haga a través de la Luna, brillando modesta durante el día; o que nos muestre un arcoíris luego de esa lluvia que lo retrasó todo – el segmento visible del espectro electromagnético en toda su colorida gloria. Desafortunadamente, la naturaleza no siempre es tan amable haciéndose notar.
Nadie pensaba en el valor de la astronomía y la exploración espacial esa mañana hace exactamente un año, en la ciudad de Chelyabinsk, Rusia. Pensaban en el condenado frío, o en que la nieve no les impidiera llegar a la oficina, cuando un asteroide del tamaño de una casa trazó una línea de fuego en el cielo, atravesando la atmósfera a unos 70,000 km/h. La gigantesca explosión aérea (pues la roca no resistió la presión inmensa del aire) quebró ventanas y dañó estructuras en kilómetros a la redonda, hiriendo a más de 1000 personas.
Casualmente, el impacto más dañino para nuestra especie del que se tiene registro histórico sucedió una noche como ésta, asociada en muchos países al “amor y la amistad” (aunque ya era la mañana del 15 en Rusia). Quizá haríamos bien en tomar esa lección a pecho, y recordar que si verdaderamente amamos a nuestro planeta – como bien deberíamos – es importante que tomemos colectivamente medidas para evitar un daño mayor en el futuro.
Hoy, en vez de pensar en bajarle la Luna y las estrellas a esa persona especial, dediquemos un momento a pensar en lo que podemos hacer como sociedades para que los astros sigan allá arriba en el cielo, donde pertenecen. Ella se lo merece.