Hace unos mil millones de años, mientras en los océanos de La Tierra la vida multicelular comenzaba apenas su campaña hacia la dominación global, en el planeta Marte – que ya para ese entonces había perdido los océanos que la evidencia sugiere alguna vez tuvo – se formaba un fragmento de roca.
Era una roca esculpida no por las poderosas fuerzas fluviales de las lluvias y los ríos, que tanto suelen alterar el paisaje de nuestro punto azul. Tampoco se trató del resultado de algún terremoto – ya que no existen placas tectónicas que posibiliten esta clase de movimientos en nuestro vecino rojizo. Más bien fueron los procesos atmosféricos – esas brisas suaves y tormentas rabiosas cargadas del ya famoso óxido de hierro – las que le dieron forma, en el curso de millones de años, haciendo de sus cicatrices testigos mudos del acontecer químico y geológico del planeta.
Eventualmente, el impacto inesperado de un meteoro expulsó a nuestro fragmento rocoso de su hogar planetario, haciéndolo flotar sin rumbo por el sistema solar, cargado con los secretos de un mundo perdido que nunca fue observado por humanos (pues aún no existíamos). En algún momento de los últimos 10 mil años, el viajero encontró su camino a La Tierra, y – como buscando un sitio que le recordara sus orígenes – se estrelló en el desierto helado de la Antártida. Hace 14 años, un equipo de científicos japoneses lo encontró, enterrado en el hielo.
Lo llamaron “Yamato”.
En un estudio publicado el mes pasado, investigadores del Laboratorio de Propulsión Jet de la NASA pusieron a consideración de la comunidad científica las formaciones que pueden ver en la fotografía – en un círculo rojo – observadas en Yamato. Estas pequeñas esferas enriquecidas en carbono, comenta el equipo, serían fuertemente asociadas a la actividad de microbios si se tratara de una muestra terrestre. Qué curioso – reconocen – es encontrarlas en una roca en la que está impreso el pasado olvidado del planeta Marte; sumándose a los otros indicios que en años recientes han generado sospechas sobre si alguna vez la vida luchó por su existencia en aquellos parajes, solo para fracasar estrepitosamente.
No se trata de evidencia incuestionable (podrían ser otros procesos – no biológicos – los causantes de estas formaciones microscópicas), pero el consenso es claro entre los investigadores: Marte era un lugar muy interesante en el pasado distante, no demasiado diferente de La Tierra de esa época.
Sea cual sea la verdad sobre la vida en ese planeta, la solución al misterio está allí, escrita en las grietas que recorren en silencio el rostro de los testigos.
Esperando ser leída.