Es un sueño recurrente, y persistente, que me invade en ocasiones. Una ilusión que secuestra mis sentidos y colorea en tonos opacos mis pensamientos. La atmósfera pesada se extiende por cientos de kilómetros en cielos eternamente nublados, mientras una lluvia oscura y aceitosa desciende meticulosamente – en cámara lenta – sobre lagos inertes.
Me encuentro en Titán, la sexta luna de Saturno, caminando entre riscos bizarramente familiares, luchando contra la neblina amarillenta que obstruye a ratos mi visión – el resultado de la interacción química entre el nitrógeno abundante, y los compuestos orgánicos.
El frío es claramente menos letal de lo que lo sería en una exploración real – casi 200 grados bajo cero – pero se siente igual de incómodo, en esta aventura imaginaria. Puedo ver mi aliento, empañando la parte interna del casco que me provee del oxígeno que garantiza mi respiración continua. Siento mi cuerpo desfallecer ante el latido cada vez más lento de un corazón que poco a poco se rinde.
Al superar el ascenso de una colina, me encuentro de frente con la costa de lo que parece un gran mar de metano, completamente negro, pasivo ante los embates del viento – pero no totalmente. Hay pequeñas ondas – si lo observas con atención – recorriendo la superficie. No se elevan más de un par de centímetros, y la verdad no estoy completamente seguro de que mis ojos no me engañen, víctimas de la ausencia significativa de luz con respecto a lo que están acostumbrados (Titán recibe solo el 1% de energía solar, comparado con La Tierra).
Armado con un entusiasmo renovado por este hallazgo, decido echar un vistazo más de cerca. La gravedad en Titán es apenas una décima de la terrestre, pero su aire es 4 veces más denso. Puedo volar sin problemas – como un ave. Al saltar desde lo alto, alas mecánicas se extienden a los lados de mi traje, permitiéndome “nadar” entre las nubes, planeando sin esfuerzo ni preocupación. No obstante, a pesar de mi plan, las corrientes de aire de baja presión me llevan a ascender vertiginosamente, mientras los sonidos se distorsionan por la falta de un medio de transmisión válido (mis oídos no evolucionaron para hacer sentido de esta música espacial).
De repente, un agujero entre las nubes me revela el universo: incontables estrellas que sirven de fondo al espectáculo de Saturno – el amo del paisaje. Justo detrás de él, sin embargo, noto una estrella modesta que no es como las otras, brillando con una luz tenue, pálida, y azul. Ahora recuerdo quién soy y de dónde vengo. Ahora entiendo mi lugar en el gran entramado del cosmos.
La caída libre termina con mi impacto en el espejo negro del Kraken Mare, sumergiéndome cada vez más en su espesura. Es entonces que abro los ojos a la realidad.
Saturno brilla en la distancia.
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