Destrucción gravitatoria

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La gravedad – la más misteriosa de las 4 fuerzas que gobiernan el universo observable – tiene un rango de acción verdaderamente excepcional. Por un lado, sabemos que es extrañamente débil (cada vez que un imán de refrigerador tiene éxito levantando un clavo, su electromagnetismo está derrotando a la gravedad de La Tierra entera); por el otro, podemos observar su efecto acumulado en el universo, atando sistemas solares en discos galácticos inmensos que se atraen unos a otros a través de millones de años-luz de distancia. Más aún, cuando suficiente masa colapsa en un punto infinitamente pequeño, su gravedad es capaz de destruir la tela misma del espaciotiempo.

Nada derrota a un agujero negro. En sus cercanías, la gravedad se vuelve un terror invencible, que atrapa hasta a los rayos de luz en una espiral mortal hacia la singularidad central. Para objetos un poco más masivos – como tú y yo – el viaje es aún más traumático, pues el incremento gradual de la fuerza que te atrae es tan extremo, a medida que te acercas, que llega el punto en el que tus pies sufren un jalón mucho mayor que tu cabeza. El agujero te deshace poco a poco, separando piel, músculos, huesos, moléculas e inclusive los átomos, hasta que solo las partículas elementales que alguna vez formaron tu cuerpo continúan su camino en fila hacia su destino final. Fuiste espaguetificado, y es tan malo como suena.

Aunque pareciera algo fantástico, esta capacidad destructiva de la gravedad ha sido observada en una escala mucho menor, en nuestro propio sistema solar. En Julio de 1992, el cometa shoemaker-levy 9 se acercó demasiado a Júpiter – el mayor planeta de nuestro vecindario – específicamente por debajo de lo que se conoce como “Límite de Roche”: el punto en el que la gravedad de un objeto es capaz de destruir a otro que se acerque demasiado en un cierto ángulo orbital. El cometa fue despedazado en fragmentos que terminaron estrellándose en fila con el mismo gigante gaseoso un par de años después.

Fue una observación sorprendente pero, hasta cierto punto, esperada en un planeta con la masa de Júpiter (más de 300 veces la de La Tierra). El fenómeno de destrucción gravitatoria es común en los mundos gigantes del sistema solar externo, y es la explicación más natural de por qué todos – Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno – tienen anillos planetarios (siendo los de Saturno los más exóticos y visibles). Estos planetas han destruido incontables asteroides/lunas durante sus vidas, capturando los restos en una especie de hermoso cementerio espacial.

El fenómeno es mucho menos probable en planetas más pequeños, pues los objetos tendrían que acercarse demasiado para entrar a su límite de Roche tan reducido – pero hay alternativas. Los anillos también pueden formarse por colisiones, que generen el desecho rocoso que termina formando el aro reconocible. Justo algo similar se piensa sucedió en el caso del “centauro” observado recientemente – un objeto no mucho más grande que un asteroide típico – al que pudieron detectársele par de anillos alrededor.

Qué Chariklo – como se le conoce a este cuerpo de apenas 260 km – pueda entrar al grupo exclusivo de poseedores de anillos nos expone nuevamente la increíble versatilidad del universo, y las numerosas maravillas que seguramente flotan en cada rincón, cortesía de la fuerza que nos mantiene a todos con los pies sobre La Tierra.

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