Mentirosas compulsivas

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Qué amable el universo, en sus formas infinitas, al hacerse predecible ante la observación humana. Qué convenientes sus modales, al aplicar reglas idénticas conocibles a cada objeto que flota víctima de la inercia en el vacío, interactuando con otros siempre de manera puntual, a través de alguna de las 4 fuerzas fundamentales que lo rigen todo. Qué adecuado que exista una velocidad máxima insuperable en el cosmos, garantizando un orden causal en los eventos de la línea del tiempo.

Qué inocentes los humanos, al pensar que sería tan sencillo.

Es comprensible, si lo consideramos: el cerebro humano es una estructura macroscópica, evolucionada para entender la velocidad del tigre y el patrón de las estaciones, y así garantizar la supervivencia de los genes asociados. A través de los métodos de la ciencia nos hemos especializado aún más, volviéndonos realmente buenos entendiendo la mecánica subyacente del cosmos. Pero nada nos preparó para el mundo cuántico.

En nuestra experiencia diaria, describir el estado físico de un cuerpo es relativamente simple: si sabes cuánto pesa, dónde está, hacia dónde va y a qué velocidad se mueve, ya tienes una idea muy buena de qué hará a continuación, en líneas generales. Igualmente, entendemos – incluso en el caso de los campos invisibles – que los objetos deben “tocarse”, o intercambiar partículas, para poder afectarse unos a otros; una interacción limitada en alcance por la velocidad de la luz.

Sin embargo, reduce la escala lo suficiente y el universo parece arrojar todas estas consideraciones a la basura. En la mecánica cuántica, todo está conectado, aunque el infinito entero se interponga en el camino. La estructura matemática que te permite describir un sistema subatómico – la función de la onda – no puede aplicarse a cada elemento por separado; todos están atados a la misma ecuación. En principio, el universo en su totalidad tiene una sola función de onda: la descripción completa de todo lo que existe, en un instante del tiempo.

1601531_536630536457119_7612524106076741534_nEsa función de onda puede verse modificada cuando medimos el estado de una de las partículas del sistema, afectando de manera remota (e instantánea) a alguna otra, en un proceso conocido como “entrelazamiento cuántico”. En un sistema simple – digamos, de solo dos estados posibles – las implicaciones son perturbadoras. Si entiendes la naturaleza del enlace (por ejemplo, que una partícula gira hacia arriba cuando la otra gira hacia abajo), y causas que la partícula cercana gire hacia arriba, sabes que la otra inmediatamente comenzó a hacer lo opuesto. No importa qué tan lejos esté la pareja, la información sobre tu interacción le habrá llegado más rápido que la luz.

Aunque el marco matemático y experimental es sólido, el mecanismo físico exacto de esta acción a distancia aún no es bien entendido. Una propuesta teórica sugiere que pudiese tratarse de “mini agujeros de gusano” uniendo a las partículas – túneles microscópicos a través del espaciotiempo transfiriendo la información entre ellas.

Es un tema verdaderamente fascinante cuya respuesta aún nos elude, oculta tras el velo de un universo en el que las apariencias – hemos descubierto – resultaron ser mentirosas compulsivas.

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