La idea ha cruzado mi mente en más de una ocasión, mientras observo con detenimiento el cielo estrellado – perdido en pensamientos, atado físicamente a La Tierra entretanto mi imaginación navega por el universo en mi lugar: difícilmente haya evento más espectacular en todo el cosmos que el nacimiento violento de una estrella. Resultaría verdaderamente maravilloso poder apreciar el baile espiral – lento pero seguro – del polvo y gas cósmico, cayendo hacia el centro de gravedad del sistema, brillando con colores que delatan a los ingredientes químicos del sol naciente. Eventualmente, la presión en el núcleo de la inmensa bola de material se acumula a niveles insostenibles, el electromagnetismo falla en su labor de repulsión, y los átomos chocan, fusionándose en un remolino cuántico enormemente energético.
No hay sonidos que podamos reconocer. Nada “estalla”. Solo un destello de luz nueva se enciende en la oscuridad. Posiblemente, el sol que algún ser del futuro verá en su cielo acaba de comenzar a existir.
A pesar de lo increíbles que sin duda resultan estos objetos, la receta para hacer una estrella desde cero es relativamente sencilla: solo junta la mayor cantidad posible de material que puedas – cualquier material – y eventualmente se encenderá un reactor nuclear natural. Utiliza elementos ligeros, como el hidrógeno y el helio, y requerirás mucho de ellos, creando una estrella gorda y brillante que se consumirá velozmente (en unos pocos cientos de millones de años), y colapsará con tal magnitud cuando se le acabe el combustible que dejará un agujero negro donde una vez brilló.
Por el contrario, utiliza elementos químicamente enriquecidos – como el hierro, el oxígeno y el carbono – y tu estrella, aunque bastante más pequeña, durará por mucho más tiempo, adornando la galaxia por miles de millones de años, finalmente disipándose en nubes de todos los colores – la materia prima de nuevos sistemas solares, planetas rocosos y –quizás– vida.
La dificultad para hacer una estrella no está en los materiales que la conforman, sino en la gigantesca cantidad que se requiere para comenzar la fusión nuclear. No todas las posibles estrellas logran la transición. Algunas bolas de gas no pasan de tamaños “modestos”, y flotan por el cosmos como Júpiters huérfanos que no estuvieron ni cerca de producir luz. Otras se acercan más, fallando en la recta final: las enanas marrones – objetos decenas de veces más masivos que Júpiter, extremadamente calientes, pero no lo suficiente para convertirse en estrellas – condenados a irradiar su temperatura lentamente al espacio hasta “congelarse” en el vacío.
A tan solo 7.2 años-luz de nuestro mundo, un objeto similar transita solitario, casi tan frío como el hielo en tu congelador. Llamada J0855 (la versión corta del nombre), se calcula que esta enana marrón podría tener casi 10 mil millones de años de antigüedad; la única explicación sensata de cómo puede estar tan frío un objeto tan masivo. El observatorio WISE pudo detectarla solo en el espectro infrarrojo más débil, apenas la sombra de lo que alguna vez fue.
Considero que, incluso en el fracaso, podemos encontrar belleza en la historia de estas estrellas que jamás lograron brillar. Son recordatorios de que nada es seguro en este magnífico universo.
Excelente!