Aunque todos los planetas gigantes de nuestro sistema solar tienen sistemas de anillos flotando alrededor, todos sabemos que Saturno es quien se roba continuamente el espectáculo. Sus anillos tan brillantes y reflexivos le otorgan una identidad visual que lo hace instantáneamente reconocible en cualquier imagen. En contraste, es común confundir visualmente Urano con Neptuno, dado que el metano en ambas atmósferas produce un tinte azulado. Neptuno, por supuesto, es el más oscuro de los dos.
Lo más interesante de los sistemas de anillos –además de su atractivo estético– es lo complejo de sus interacciones gravitatorias. Se trata de miles de millones de pequeños trozos de roca y hielo, siguiendo una órbita aplanada alrededor del centro de masa del planeta, respetando el sentido del giro que los produjo. Dado que los planetas tan masivos son capaces de destruir con su gravedad a lunas y asteroides que se acerquen demasiado, y tomando en cuenta lo inestables que pueden resultar los anillos, la hipótesis más aceptada sobre el origen de los adornos de Saturno es que una pequeña luna fue demolida por el gigante hace algunos cientos de millones de años –un evento relativamente reciente, en términos astronómicos. Si fueran mucho más antiguos, sin duda estarían más sucios del polvo estelar que constantemente cae en los mundos del sistema solar.
Sin embargo, la sonda Cassini –en órbita alrededor del planeta desde el 2004– tiene ya 10 años observando los anillos, y ha notado algo interesante: es muy poco el polvo estelar que cae en Saturno. En comparación con el vecindario más cercano al Sol (donde está La Tierra), aquellas zonas exteriores son bastante desoladas. En consecuencia, los anillos podrían ser tan viejos como el planeta mismo –unos 4,400 millones de años– y aún mantenerse limpios y brillantes.
El misterio de su origen continúa, ahora con más variables, mientras el hermoso planeta insiste en acaparar nuestra atención, invitándonos a entender.