El mejor superpoder

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The Avengers. Marvel Studio. 2012

Ante la oleada reciente de películas de superhéroes, donde extraterrestres solitarios, billonarios excéntricos, accidentes de laboratorio y mutantes afortunados demuestran todo tipo de talentos que desafían las leyes de la física, es casi inevitable que surja en ocasiones el tema, durante las reuniones sociales. Alguien –quizá se trate de ti, quizá uno de tus conocidos–  preguntará al resto de los presentes con una sonrisa, y su propia respuesta ya muy bien pensada, cuál superpoder gustarían de tener, si pudieran elegir tan solo uno en particular.

El ejercicio revela, inocentemente, algunos de los deseos más profundos de los participantes, y pronto se identifican en el grupo aquellos con ansias de poder –inmediatamente eligiendo fuerza sobrehumana e indestructibilidad; los que anhelan explorar otros horizontes –solicitando volar y viajar por el espacio sin preocupaciones; y esos otros que, con cierto ánimo voyerista apenas disimulado, imaginan lo maravilloso que sería poder leer mentes ajenas, o parecer invisible a las miradas.

Para nada hace falta gran conocimiento científico para descartar la mayoría de estas pretensiones como simples fantasías inalcanzables; imaginadas por seres que, debemos confesar, muchas veces nos sentimos terriblemente limitados por nuestra condición humana. Sin embargo, tal vez resulte el último de los poderes mencionados el más interesante de analizar en detalle, si acaso porque al hacerlo podemos visualizar fácilmente las interconexiones preciosas de los mecanismos del universo, uniendo todas las narrativas.

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The One Ring. DeviantArt. Lukiss101-d52wzxx

Ser invisible –siempre uno de los poderes más populares– podría resumirse físicamente a ser perfectamente transparente a la luz, desde todos los ángulos, permitiendo que los fotones que normalmente habrían impactado con nuestro cuerpo lo atraviesen sin problema. Muchas películas modernas han sido escenarios de esta habilidad, pretendiendo explicar el fenómeno como el resultado de la aplicación de magia o ciencia, en ambos casos incomprensibles a la audiencia (por lo tanto indistinguibles). De manera muy sencilla, Harry Potter con su capa, Frodo Bolsón con su anillo, y Sue Storm con su radiación, lograban desaparecer de la escena con frecuencia, para frustración de los villanos.

Lo interesante de esta capacidad tan especial es que, si nos fijamos, la invisibilidad no es en absoluto imposible, o ajena a nuestra experiencia diaria. Como bien sabemos, estamos rodeados de sustancias, fuerzas y señales que no podemos ver, pero que la evidencia indica están presentes por sus efectos en la realidad observable. Estamos acostumbrados a no distinguir frente a nosotros el aire que respiramos, o la onda electromagnética que une a nuestro dispositivo con la red telefónica. Un vaso de vidrio y el agua que contiene pueden no ser perfectamente transparentes, pero es claro que la luz logra atravesarlos sin mayores obstáculos.

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Aunque no solemos ponderarlo demasiado, la invisibilidad no solo parece físicamente posible –es una ocurrencia común en el universo. Por supuesto, la razón de esto nada tiene que ver con la magia, sino con los fundamentos –verdaderamente mágicos– de la mecánica cuántica.

Cada átomo tiene un número específico de electrones atrapados en giro alrededor del núcleo, a diferentes distancias, dependiendo de la energía que contienen. Para que algún electrón pueda saltar de un orbital al siguiente, alejándose del centro, una cantidad muy específica de energía debe ser capturada, normalmente en la forma de un fotón de luz que posea esa longitud de onda exacta –ni más ni menos. En el caso del vidrio, sus átomos tienen la particularidad de capturar y reemitir fotones en longitudes que son indetectables para el ojo humano, mientras que la luz que sí podemos ver pasa tranquilamente a través del material.

Todo átomo o molécula en el universo posee esta “firma” energética, absorbiendo un color de luz (sea visible o invisible) mientras deja pasar al resto. Es de esta forma que los astrónomos pueden deducir la composición química de planetas y estrellas a cientos de años-luz de distancia: cada elemento delata su presencia en la ausencia de la luz que consumen. Estás “líneas de absorción” –que cruzan negras el arcoíris captado– asemejan un código de barras cósmico, que nos ha permitido comprobar que estamos hechos del mismo material que las estrellas, mayormente en las mismas proporciones.

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Espectro Luminoso del Sol. Líneas de Absorción.

El mismo concepto puede ayudarnos a comprender muchísimos otros fenómenos, en todas las escalas. Por ejemplo, bajo esta comprensión cuántica, se hace evidente el rol que juega el incremento de dióxido de carbono (CO2) en el calentamiento de nuestro mundo, pues se trata de una molécula que absorbe exclusivamente radiación infrarroja (como el calor que emite La Tierra al espacio), reemitiendo una porción de esa energía de vuelta a la superficie.

En lo que respecta al ser humano, como ya habrán adivinado, absorbemos y reflejamos luz plenamente visible a cualquier otra criatura. Por fortuna, contamos con el mejor de los superpoderes, que compensa por mucho cualquier otra deficiencia: una capacidad única para entender el universo, en todas sus escalas, y empoderarnos maravillosamente a través de ese conocimiento.

Juntos, podemos ver lo invisible.

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