El alegato se escucha con demasiada frecuencia entre los detractores de la teoría evolutiva. Es tan constante como la gravedad que nos mantiene pegados al suelo, y tan transparente como el aire del que nos nutrimos. Su presencia en estos supuestos debates que resultan siempre populares –al menos, entre quienes piensan que hay algo que discutir– es tan predecible como el amanecer de mañana, pero mucho menos estética. Quien lo usa inevitablemente presume que ganó la discusión; su lógica ajena a cualquier posible crítica: “Creer que el ser humano pudo formarse a través de un proceso azaroso –se nos dice– es como creer que un tornado pasando por un cementerio de partes podría armar un avión 747 por casualidad”. En consecuencia, se requiere una inteligencia superior guiando la evolución, para hacer posible lo abismalmente improbable, y garantizar la calidad necesaria en el producto final.
–Caso cerrado, muchachos. El último en salir por favor apague la luz.–
Más allá de las bromas, mi primer instinto en las ocasiones en las que me ha tocado oír este argumento es siempre dar toda la razón a mi oponente. No hay discusión posible: un tornado, o cualquier otro proceso intrínsecamente azaroso, sería incapaz de ensamblar un avión a partir de sus piezas. Tampoco podrían unos monos, golpeando teclas sin pensar en una máquina de escribir, reproducir “Romeo y Julieta” a la perfección, ni siquiera contando con un millón de años para realizar la tarea. Esa es, por supuesto, la medida total de nuestro acuerdo.
En los círculos académicos de la biología evolucionaria, a esta comparación entre la furia caótica de un tornado y el motor ciego de la selección natural se le conoce como “falacia de Hoyle”, así nombrada en memoria de su exponente más reciente, el astrónomo inglés Fred Hoyle, quien defendía la postura de que la vida era demasiado compleja para haber sido el resultado de los procesos químicos terrestres. Para él, era evidente que las primeras células tenían que haber llegado a La Tierra ya formadas, dentro de cometas o asteroides, habiéndose originado en otro ambiente totalmente desconocido. Aunque Hoyle (quien era un pensador ávido, si quizás algo polémico) lo limitaba solo al origen de la vida, otras versiones del razonamiento se han utilizado desde la época en la que Darwin publicó su teoría, hace ya más de 150 años, para intentar desacreditar todo el proceso evolutivo.
Por supuesto, ante un estudio apenas superficial de esta propuesta, los problemas no tardan en revelarse, incluso para quienes –como yo y como la mayoría de los que lean este texto– no cuentan con un título avanzado en las sutilezas del funcionamiento natural. Para empezar, nadie afirma que las formas de vida –simples o complejas– hayan aparecido en su forma funcional como resultado de un único evento fortuito (como lo sería el tornado), sino a través del ensayo y error generalizado de incontables combinaciones químicas y biológicas durante miles de millones de años, donde cada cambio que resultara beneficioso para soportar los embates de la naturaleza, por más mezquino e insignificante que fuese, sería seleccionado y posteriormente transmitido a las copias en un proceso acumulativo, no azaroso.
Otorguemos este beneficio a tornados y monos –que sus éxitos se preserven mientras sus fracasos son descartados– y no tardaríamos demasiado en disfrutar del primer vuelo en un avión construido naturalmente, mientras leemos una reproducción perfecta de la obra de Shakespeare creada por primates no humanos. No es imposible, sin embargo, que encontremos rastros de excremento entre las páginas.
Incluso si la evolución no es azarosa en principio, pues la naturaleza es clara determinando cuáles grupos sobreviven o perecen, el pensamiento convencional hasta el momento es que las mutaciones en el ADN (las que generan las nuevas características) sí son azarosas, ya sean causadas por errores de las proteínas que ejecutan las copias, o el efecto de la radiación solar fastidiando átomos y saboteando reacciones químicas. No obstante, un estudio publicado en la Royal Society Open Publishing sugiere que también a este nivel el componente del azar pudiese ser menor de lo esperado.
En uno de esos momentos “eureka” que tanto celebramos en la ciencia, el autor notó que era fácil equivocarse al escribir en su computadora una secuencia genética de caracteres iguales repitiéndose uno tras otro. De allí le surgió la idea de verificar si algo similar sucedía a nivel molecular, encontrando que, efectivamente, las áreas eran ligeramente más propensas a mutar si se encontraban cerca de largas extensiones de bases idénticas. Como quien comete un error abotonando una camisa, las proteínas se ven obligadas a corregir para mantener la viabilidad de la construcción, aumentando la posibilidad de que ocurran alteraciones.
Con todo esto –aunque aún se debata en televisión– la evolución parece ser parte inevitable de la química compleja, y quién sabe en cuántos mundos, entre tornados y otros desastres naturales, haya seres escribiendo obras preciosas, evolucionados para entender.
Hay muchos detractores de la teoría de la evolución, algunos piensan que es un proceso de una vida humana, y ansían una rápida respuesta a ello, no comprenden que esto se da a lo largo de los milenios, he ahí un punto que ellos consideran que no les puede dar evidencia, claro siempre influenciados en sus creencias.
Hasta el momento se han encontrado 23 genes que aparecen duplicados en humanos pero no en otros primates. Uno de ellos, el gen SRGAP2, ha sido objeto de dos publicaciones que han aparecido en la revista Cell el 3 de Mayo de 2012. El gen SRGAP2 se expresa en el cerebro y su función está relacionada con el desarrollo del neocortex. Según las investigaciones ahora publicadas, las duplicaciones en este gen sucedieron en diferentes momentos de la evolución de los homínidos y podrían estar relacionadas con la capacidad del cerebro humano de generar más conexiones neuronales y, por tanto, de alcanzar una mayor complejidad que quizás le permitiese adquirir mayores capacidades cognitivas.
http://www.ehu.es/ehusfera/genetica/2012/05/16/la-duplicacion-del-gen-srgap2-nos-hizo-mas-humanos/
¿Evolucionó el cerebro humano a partir de este ancestro común?
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC3365555/
Lo bueno de la ciencia es que avanza… pero como dijo Neil deGrasse Tyson: hay que seguir la evidencia sea donde sea esta que nos lleve…
Yo soy un fanatico de la historia de la ciencia (y ademas espero llegar a ser un cientifico profesional) y en este articulo “no hay nada que debatir” excepto el hecho de “en la ciencia no hay nada que debatir”. Que vision tan estrecha de la ciencia, si vemos la historia de la ciencia esta solo avanza en un proceso permanente de cuestionarse a si misma (especialmente lo que caracteriza a los verdaderos grandes cientificos de la historia es saber que en la ciencia todo se puede cuestionar, no hay dogmas, su atrevimiento y vision los hizo grandes).
Cita en dónde dije que “en la ciencia no hay nada que debatir”, Jorge, y luego hablamos de visiones estrechas.
[…] que sabemos que todo lo que comemos tuvo su propia evolución con la diferencia que nosotros asistimos (selección artificial) y metimos mano (como el diego), ya […]
[…] la visión naturalista del universo, en la que todo lo que existe es resultado de procesos ciegos (no azarosos), y no de un diseñador celestial. Aunque para Aristóteles tuviese sentido, estoy convencido […]
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