Inmigrantes Cósmicos

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El origen de la vida es indudablemente el mayor misterio de las ciencias biológicas, y uno de los retos intelectuales más importantes de nuestro tiempo. Aunque estamos bastante seguros de cuáles fueron los procesos involucrados en producir la magnífica biodiversidad que puede apreciarse actualmente en nuestro planeta –muy probablemente a partir de una primera y única forma de vida, como bien lo especificó Charles Darwin– de qué manera se formó esa primera “proto-célula” desde el material inorgánico original es una pregunta que no estamos particularmente bien equipados para responder. Para empezar, debemos admitir que no es evidente, al observar una célula moderna, cuál es el orden correcto en el que debieron sumarse los distintos componentes de esta exquisita maquinaria natural, incluso entendiendo como lo hacemos los ingredientes químicos involucrados y su abundancia relativa en la Tierra temprana. Quizá las moléculas de ARN fueron las precursoras de la vida terrestre, como lo específica la hipótesis del “mundo de ARN”, o tal vez fue el ADN y su capa protectora –ahora el núcleo de la célula– la simbiosis que inició el más maravilloso de los viajes.

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Fuente: Foro Planetside.co.uk

Complicando aún más el panorama, y preocupando a quienes intentan diariamente replicar la chispa inicial en sus laboratorios, tampoco tenemos una noción clara de qué tan probable es que se forme la vida ante una mezcla favorable de químicos y energía. La Tierra parece haberse tomado unos 400 millones de años en producirla, a partir del momento en el que dejó de ser una bola de material incandescente. Relativamente rápido, en términos geológicos, lo cual nos habla sobre la interesante posibilidad de que la vida sea un resultado inevitable de la química compleja, tratándose de un evento que se ha repetido innumerables veces alrededor del cosmos. Sin embargo, solo este hecho no nos asegura que así sea, y nunca es más importante el escepticismo que cuando nos apasiona la idea de que una hipótesis pueda ser cierta.

A pesar del poco tiempo que tardó en aparecer, estamos obligados a considerar que la vida pudiese haber sido un accidente singular, tan abismalmente improbable que sería terriblemente inocente esperar que se repita durante el tiempo de vida del universo. La mayor de las rarezas, flotando perdida en el silencio eterno del espacio exterior. De poco serviría entonces tratar de replicar el suceso, pues sería como lanzar una moneda al aire con la esperanza de que nos revelara el mismo lado 100 mil millones de veces seguidas.

Más aún, debemos también tomar en cuenta que aunque La Tierra haya resultado una anfitriona mayormente benevolente para la vida, esto tampoco constituye una prueba absoluta de que la primera célula se formara en su superficie. Como lo plantea el concepto de la “panspermia”, esa primera formación química sujeta a la selección natural –nuestro ancestro más remoto– pudo haberse materializado en otro mundo de nuestro sistema solar o uno más lejano aún, viajando a bordo de un asteroide o cometa a través del vacío, soportando los extremos más inclementes de presión y temperatura. Sería otra manera de afirmar que efectivamente venimos de las estrellas, con la ciencia como respaldo.

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Persona en Cueva de Naica, México. Foto: Alexander Van Driessche

La altísima resiliencia de algunas formas de vida microscópicas sin duda sorprendería a quien se atreva a cuestionar hazañas como esta. No solo científicos han probado extensivamente la capacidad de numerosos microbios de sobrevivir en el espacio, sino que incluso en nuestro planeta podemos encontrar casos que desafían la comprensión. En un hallazgo realizado en Chihuahua, México –que lleva 8 años siendo estudiado pero cuyas últimas conclusiones esperan revisión y publicación formal– científicos del Instituto de Astrobiología de la NASA dicen haber identificado microorganismos escondidos en lo profundo de cristales de sulfato de calcio, “hibernando” a temperaturas que oscilan entre los 45° y 65° grados centígrados, a entre 100 y 400 metros de profundidad. Si la observación es ratificada, estos serían algunos de los extremófilos más resistentes del planeta, inactivos durante un periodo de entre 10,000 y 50,000 años, pero aparentemente aún vivos.

Por supuesto, habrá que esperar confirmación de que estos organismos no habitaban sobre el equipo de excavación desde el principio, y que verdaderamente fueron extraídos de los cristales, algo que su composición genética un poco diferente a la del resto de los microbios de la cueva parece sugerir.

Cualquiera sea el resultado, los extremófilos son habitantes ya bastante conocidos de nuestro mundo, que por mucho tiempo han disparado la imaginación con respecto a la clase de odiseas que estas pequeñas criaturas son capaces de realizar. Así como los científicos se preocupan porque las naves que son enviadas al espacio no lleven polizontes que puedan contaminar los planetas que visitarán, reservemos también un lugar en nuestras mentes para la increíble posibilidad de que todos seamos descendientes de inmigrantes cósmicos, adoptados por La Tierra.

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3 Comentarios
  1. Argenis Gimènez loco de la pancarta. dice

    Si nos aseguramos que la vida es algo que solo pudo haber surgido de la vida, es decir de si misma: ¿Entonces serà que la vida no tiene valor por si misma como vida que es sino que hay otra cosa esencial en ella que es lo que le da su significado y asi es lo que originò su existencia?

    1. Argenis Wong dice

      Interesante Comentario, me dejó pensando.

  2. maria cristina dice

    que somos criaturas del universo con el soplo de dios o sea somos hijos de dios

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