El pueblo neolítico de Çatalhöyük fue descubierto en los años 60s, en el sur de la península de Anatolia, en Turquía. Desde entonces se ha convertido en uno de los sitios arqueológicos más famosos del mundo, debido a su tamaño, densidad habitacional, murales pintados espectacularmente y evidencia de conductas rituales y religiosas complejas. Todo esto hace más de 9 mil años, cuando los humanos apenas comenzaban a asentarse luego de la revolución agrícola.
Ya sea por presiones climáticas o cambios culturales, nuestros ancestros decidieron que era preferible invertir su tiempo en cosechar y almacenar comida, construyendo refugios permanentes, que continuar con su tradición inmemorial de rastrear los patrones migratorios de sus presas para perseguirlas por cientos de kilómetros con el paso de las temporadas. Sin embargo, aún luego de esta transición, continuaban teniendo una relación estrecha e íntima con la naturaleza, como es demostrado por los múltiples dibujos y grabados encontrados que resaltaban animales salvajes como toros, leopardos y buitres.
Como sus casas pequeñas y altamente interconectadas nos indican, estas personas tenían también un sentido de comunidad sumamente desarrollado. Los estreses colectivos de la vida en sociedad comenzaron a aumentar en la medida que más individuos decidieron vivir juntos, y nuevas maneras de lidiar con ello fueron surgiendo en consecuencia: linajes familiares, ancestros míticos, dioses creadores y jueces, otorgando a algunos autoridad en medio del caos. La muerte era solo una transición más, en este contexto, con muchas tumbas ubicándose dentro de la misma casa del difunto, debajo del suelo, aún parte de la comunidad y el núcleo familiar. A veces estos sepulcros se abrían nuevamente, presumimos que generaciones después, y se extraía entonces la calavera, probablemente para algún propósito ritual.
Durante su ocupación máxima, unas 10 mil personas llegaron a habitar Çatalhöyük, un pueblo bastante pequeño para estándares actuales, pero que desde la perspectiva de las tribus humanas aisladas de decenas o cientos de miembros que lo habían precedido, debió parecer una metrópolis inmensa e incomprensible, llena de misterios. Aún lo es, ahora debido a la neblina de las épocas ofuscando muchos detalles de su funcionamiento y cultura. El diálogo y las historias que nos podrían contar sus habitantes, sus rutinas y sonrisas, sus dramas y tragedias, solo pueden existir ahora en nuestra imaginación colectiva. Luego de más de 2000 años de ocupación continua, las ruinas de Çatalhöyük viven ahora solo a través del arte sobreviviente de quienes lo vivieron, cargado de recuerdos, como con tantos otros sitios arqueológicos alrededor del mundo. Estudiarlos es recordarnos nosotros mismos, en más de una forma.
El pasado es así una lección sobria sobre la impermanencia de nuestras vidas y obras frente a los embates del tiempo profundo. Como bien lo ilustró Carl Sagan, somos como una mariposa que aletea por un día y piensa que es para siempre.