Por un momento, gigantes, regresemos atrás.
La verdad es que el mundo moderno es complejo, ruidoso y —demasiadas veces— conflictivo. Lejos de la paz quasi-eterna que aparenta siempre el cosmos que nos rodea, nuestro pequeño planeta luce inmerso en el huracán de la existencia, al menos desde nuestra perspectiva provincial y sesgada. Todo lo que llegamos a conocer y experimentar en nuestras vidas, en todo este maravilloso universo de indescriptibles dimensiones, es lo que sucede aquí, en un punto azul pálido infinitesimal y accidental. A menos de que nos dediquemos de manera profesional o aficionada a la astronomía —parafraseando a Stephen Hawking, que dediquemos un tiempo a ver el cielo, y no solo hacia nuestros pies— es muy seguro que se nos pase la vida entera sin considerar por más de un segundo al universo que nos produce y sostiene. Aunque sea difícil reconocerlo en la jornada diaria, La Tierra es, efectivamente, un escenario muy pequeño dentro de una vasta arena cósmica.
Como bien se ha dicho, en este diminuto lugar cohabitan todas nuestras fuentes de miedo y de estrés, desprecios, cariños y desesperaciones. Todos los desacuerdos y las riñas y las guerras. Todas esas opiniones constructivas y destructivas que vemos esparcidas cada día en internet, se conciben y se arrojan ciegamente al simbólico “éter” digital, cada una a raíz de una persona que se siente, interna e inevitablemente, el centro absoluto de la creación. Una ilusión sin duda nacida de que nuestra propia consciencia sea la única que podemos realmente experimentar. Por supuesto, la realidad es incomprensiblemente mayor que nuestra pequeña visión personal, y el volúmen de información a la que no tenemos acceso, en cualquier momento dado, expone nuestros juicios y decretos como aproximaciones mayormente divorciadas del universo todo alrededor.
¿Será demasiado complejo nuestro planeta, con todas sus interacciones simultáneas, físicas, químicas, biológicas, sociológicas, económicas y tecnológicas, para realmente ser comprendido por una mente humana? Si es así, ni hablar entonces del universo que se extiende más allá. ¿Qué esperanza tenemos de describir el origen del cosmos y de la vida, cuando no podemos ponernos de acuerdo siquiera, por ejemplo, en el origen de la pobreza y la desigualdad entre individuos y naciones? Tal vez, queridos lectores, estamos condenados a un conocimiento no solo incompleto y sesgado de nuestros alrededores, sino a uno verdaderamente insuficiente para el propósito conjunto de una sociedad ética y pacífica, y el progreso racional de nuestra especie. Visto así, casi parece que el mundo moderno se nos ha ido totalmente de las manos, con sus algoritmos inteligentes y sus redes de distribución de insumos y sus leyes arcanas de hace 200 años, interactuando y entremezclandose caóticamente. Un mundo en el que no hay un solo ser humano que pueda entender la totalidad de lo que le sucede y afecta, ni siquiera superficialmente. Un mundo exquisitamente dependiente de la ciencia y la tecnología, donde casi nadie sabe nada de ciencia y tecnología, como advertía Carl Sagan hace ya casi medio siglo.
Pero, ¿realmente será cierto? ¿Es totalmente incomprensible el mundo y sus complejidades actuales, en interacción constante con los designios caprichosos de la naturaleza? Antes de tirar la toalla en derrota, sugiero, como mencionaba al principio, volver atrás, para intentar procurar una perspectiva más amplia. No me refiero a atrás “a la escuela”, aclaro para mis lectores más mayorcitos. De nada nos serviría repasar de manera aislada nuestras primeras lecciones de física, química y biología. Tampoco “atrás” hasta los siglos 16 o 18, recordando con aprecio las vidas e historias de los personajes que marcaron algún hito en nuestro conocimiento acumulado como especie. Newton, y su manzana muy probablemente ficticia, serían demasiado recientes para nuestros propósitos. También lo son Galileo y sus esferas, cayendo en hermosa sincronía experimental desde la torre de Pisa —evento que, probablemente, tampoco sucedió exactamente de esta manera. Vamos más profundo hacia el pasado, si se atreven, para tratar de entender el presente, y pasemos de lado a Ibn Sina y sus ideas trascendentales sobre las causas del movimiento, y más allá dejemos también a Platón en su academía, filosofando sobre los objetos idealizados que componen la realidad.
Bastante más atrás, algunos millones de años de travesía temporal, y ya no veremos humanos con pensamientos complejos tratando de interpretar sus alrededores. Nuestros ancestros no serían demasiado distintos de una pequeña musaraña en esta época, intentando sobrevivir en un mundo dominado por reptiles gigantescos, bajo el abrigo de la oscuridad.
Otro salto más a contracorriente por la marea del tiempo, y los continentes irreconocibles que encontramos se nos muestran desprovistos de vida, rocas estériles emergiendo de océanos inhóspitos en los que solo encontraremos colonias interminables de bacterias, fotosintetizando el futuro de nuestro planeta. Esta es una versión relativamente más simple de nuestro mundo, quizá más sencilla de entender en comparación con un ecosistema moderno, pero sigue siendo una que, al ser estudiada a fondo, se muestra aún como el resultado de incontables interacciones y flujos energéticos confusos.
Bien lo diría también Sagan, al considerar los ingredientes fundamentales de la realidad, “si quieres hacer un pastel de manzana desde cero, necesitas primero inventar el universo”. Demos varios pasos adicionales hacia atrás entonces, y deshagamonos de La Tierra y el sistema solar por completo. Que atrás queden también las galaxias y las estrellas y los agujeros negros. Despidámonos de los átomos y sus partículas, el espacio, el tiempo y los campos cuánticos que lo describen todo en el nivel más elemental. Corramos libres y despreocupados, ya no satisfechos con los pasos cautelosos, en búsqueda de la forma más simple y pura del universo que podamos concebir, desprovista de todas las interacciones y complejidades que dificultan nuestra comprensión.
Luego de una carrera imaginaria de unos 13 mil 800 millones de años hacia el pasado, encontraremos finalmente la semilla cósmica que dará fruto a todos los pasteles de manzana, entre otras cosas. Aquí, el universo entero es tan solo un punto microscópico palpitante, esperando nacer.
Y es ahora que realmente comienza nuestra odisea. De vuelta en el principio, apreciamos verdaderamente nuestro potencial infinito para comenzar de nuevo y, con algo de suerte, comprender mejor nuestro destino.
Gracias, gigantes, por todos los viajes que hemos emprendido juntos durante los últimos 10 años de esta iniciativa. Ha llegado la hora de volver a empezar.
Nos vemos en el futuro.
Creo, que todo está en un programa del que por ahora nos es imposible escapar, el punto es que buscamos el origen y no nuestro destino. Esta máquina en la que viajamos, tendrá un final, pero antes sin ninguna duda habremos llegado al lugar programado.